De entre todos los valores en alza que conviven en la costa mediterránea hasta saltar el Cabo de Creus y a terreno francés, Cataluña avala nombres de hermosas y, en muchas ocasiones, abarrotadas ensenadas como Cala Fonda en Tarragona, las playas de Rosas y los rincones bohemios henchidos de encanto de Cadaqués, impresionantes al trazo de su Dalí natal, en el Golfo de Rosas. Nos quedamos hoy con una no tan retratada, pero cocinada con la típica gastronomía ampurdanesa, como la que te sirven en bandeja en el Parador de Aiguablaba. Esta cala se construye con pinos y tiene salida directa al fondo del Mediterráneo, irradia (como se traduce su nombre del catalán, agua azul) profundidad marina azulada, casi semitransparente y una arena fina y dorada que palpita a ras de toalla.
La Cala de Aiguablava es la última estancia del municipio de Begur, sita al sur por la carretera que une el municipio y Palafrugell, cuenta con numerosos adeptos durante los meses estivales, por lo que no es del todo difícil que sus 75 metros de «eslora» completen el cupo de bañistas. El aliciente añadido a la tumbona es la posibilidad de circundarla por los adecentados senderos cercanos, en un entorno natural casi virgen protegido por la sombra de la frondosa vegetación y que conduce al otro hito de la cala, la Punta des Mut. Allí se ubica el Parador, donde hemos comenzado esta singladura.
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