Alega un refrán cántabro que «nordeste duro, vendaval seguro», lo que a veces es una traba para un baño reposado en los preciosos e icónicos rincones de la región con acceso al mar, como el Langre Ribamontán donde pasaba sus jornadas de asueto Félix Rodríguez de la Fuente. No casa el primer dicho con la costumbre arraigada en Cantabria de lanzarse a la arena al primer rayo de sol (y que se sintetiza en otro axioma autonómico -«pasiegos y perros de caza, cuanto menos en casa»-), un hábito ése tan popular en la playa del Sardinero de Santander, o la vecina y muy conocida playa de Covachos, que más que un arenal parece un capricho esmeralda de la naturaleza.
A continuación, nos detenemos en otro bloque arenero: el que conforman Oyambre y San Vicente de la Barquera, un tránsito inolvidable por casi dos kilómetros de extensión que es un privilegio para los sentidos. En la costa occidental de la Comunidad, la playa comienza en el Parque Natural de Oyambre defendido a ultranza por los ecologistas que han hecho de él el símbolo de la Cantabria más bonita y cuidada. Separada de la desembocadura de la Ría de la Rabia por un mar de dunas, la playa goza de una ocupación media y oleaje moderado, en resumen, es extensa y aislada, así que resulta idóena para un momento de relajo con la familia.
Oferta de viaje: Dos noche, habitación doble, hotel de tres estrellas en Santander, desde 91 euros.