Era la noche de Lobos. Desde el primer balón que tocó, la primera pelota que sobó, la carrera, el aplauso, la ilusión por conquistar una afición. Su balón salvaba la barrera con el mismo impulso con que se ganaba el cariño de la hinchada y bajaba para colarse entre los corazones amarillos. Un destello que no se veía en Carranza desde los tiempos de Mágico. Luego un regate, taconazo, caño, otro taconazo,... y la magia de Lobos al traste por la inocencia de cordero de un equipo blandito sin capacidad de reacción ante la primera adversidad y al que su bisoñez en casa le está costando la categoría. Porque parece que no aprende la lección.