«¿Vendetta!», fue lo primero que gritó ayer un tifoso romano, con el rostro desencajado, nada más marcar Grosso el gol de la victoria. Estaba en un bar al lado de la embajada francesa de Piazza Farnese, con un auditorio dividido de italianos y bleus, y el alarido le salió del alma. La pasión reprimida de los italianos durante décadas, tras ser eliminados por penaltis en el Mundial en 1990, en 1994 y 1998, por no ganar a Francia desde 1978, por haber perdido ante ellos de forma inmerecida la Eurocopa de 2000, estalló por fin en una noche absolutamente desquiciada. Trastevere, Testaccio, Campo de Fiori, plaza Venezia, cualquier rincón de Roma se convirtió en un río humano de gente cantando y agitando banderas.