Calor, color, entusiasmo, pasión, campos llenos, seguridad, deportividad, ausencia de incidentes..., pero fútbol, lo que se dice fútbol del bueno, muy poquito. El Mundial de Alemania se cierra con un sonado éxito de organización y de público, con las calles repletas de aficionados que convivieron en perfecta armonía -salvo algún incidente aislado de los ingleses-, rodeados de pantallas gigantes, pero con un juego táctico, defensivo, más bien mezquino. Para comprobarlo, no hay más que ver qué dos equipos se disputaron el título y cómo se decidió.
En cuanto a calidad, ha sido un certamen comparable con el de Japón y Corea de hace cuatro años, con poco riesgo de los contendientes, mucho empate y esta vez cuatro duelos decididos en la suerte de los penaltis. Así superaron Ucrania a Suiza, Alemania a Argentina y Portugal a Inglaterra, en una noche histórica para Ricardo, que pasó a la historia al batir el récord de penas máximas detenidas (3) en una Copa del Mundo. Y así se coronó Italia tetracampeona ante una Francia ya sin Zidane, que lloraba en vestuarios sus culpas por el terrible cabezazo a Materazzi. Tras Estados Unidos'94, cuando Brasil superó a Italia en Pasadena, es la segunda Copa del Mundo resuelta desde el punto fatídico o maravilloso, según quién lo mire.
En el campeonato en el que Ronaldinho perdió la sonrisa, Brasil se cayó con todo el equipo y Messi no pudo triunfar porque llegó mermado y Pekerman apenas contó con él, no aparecieron grandes figuras. Podolski, el francés Ribery y el lateral italiano Grosso han sido algunas de las sorpresas más notables, el alemán Schweinsteiger confirmó su crecimiento con su actuación estelar en la final de consolación, y el tanque Klose ha sido el máximo artillero con sólo cinco dianas. Viejo, desgastado y enterrado antes de tiempo, Zidane volvió a asombrar al mundo con su exhibición ante Brasil. Fue el mejor hasta que su sucia acción le dejó marcado para siempre.
Luces y sombras
España ofreció luces y sombras. Firmó el mejor arranque de su historia en la primera fase, encandiló a los aficionados y se colgó con merecimiento el cartel de favorita. En el primer partido serio, empero, Francia la envió a casa. Pecó de arrogante, infravaloró a los galos y se dejó remontar un partido que tenía encarrilado, un pecado en el que no cayó ninguno de los grandes. Fernando Torres y Villa, igual que el equipo, fueron de más a menos pero cumplieron con sus tres dianas. Ningún español apareció en el top ten de candidatos al Balón de Oro y ni siquiera entre los 23 de la plantilla ideal. Sólo Cesc fue votado entre los mejores jóvenes, aunque el trofeo se lo llevó Podolski. Fiel a la tradición de los certámenes que se celebran en el viejo continente, excepción hecha del que conquistó Brasil en Suecia'58, Europa dominó en casa. Lo hizo de cabo a rabo, hasta el punto de que sus cuatro semifinalistas eran de la zona.