Zidane, otra vez el viejo y entrañable 'Zizou', fue clave en el sonado éxito de Francia, una selección que ha resurgido de sus cenizas, acabado con sus enterradores y, ocho años después, vuelve a la gran final. El capitán galo estuvo más vigilado, pero despertó a los lusos de sus sueños cuando demostró a Ricardo que los penaltis deben meterse. En el penúltimo partido de su vida, asumió la responsabilidad como si tal cosa, no tomó carrerilla, miró para un lado y tiró duro hacia el otro. El portero le adivinó la intención pero no pudo alcanzar el misil. Una jugada decisiva que se buscó Henry, el tipo más desequilibrante del cerrado partido, y en la que Ricardo Carvalho cayó en el engaño como un inocente. Cual 'Ave Fénix', definitivamente Francia ha vuelto. Con sus desgastadas figuras -Henry en su plena madurez y Zidane relajado antes de marchar- y el aire fresco de tipos como Malouda y Ribery. Ni un reproche se puede poner a un equipo sólido y curtido que en cuanto comenzó la verdadera competición eliminó a España, Brasil y a la crecida Portugal. En un partido muy táctico, tal y como se preveía, los galos aprovecharon su momento, cortando una racha triunfal de Scolari que se prolongaba desde el último Mundial con Brasil. Ahora, competirán contra Italia en la finalísima del domingo en Berlín. Inédita. Los ibéricos se conformarán con buscar consuelo en la 'final de los perdedores' contra los anfitriones. Paradojas de la vida; fueron a caer por un penalti.