En Los Cabos no llueve nunca. O, mejor dicho, solo llueve una vez al año y es entonces cuando una alfombra de flores de todos los colores cubre la arena desértica en lo que es un espectáculo tan fabuloso como efímero. Durante el resto del año, en sus paisajes no hay más que carreteras rectas y vacías que a veces llevan a antiguas misiones, piedras, cactus gigantes como los de las películas, árboles resecos y, como una presencia imperturbable, siempre a lo lejos, el azul del mar. También hay, de tanto en cuando, frondosos oasis aptos para el cultivo de diversos tipos de vegetales.
En Flora Farms (www.florafarms.com), la granja más coqueta que se pueda imaginar, utilizan uno de ellos para producir todo tipo de vegetales de manera orgánica y sin aditivos que luego se pueden degustar en su restaurante o incluso comprar para llevar a casa. Los desayunos en mesas de bancos corridos pegadas a un campo gigante de girasoles son realmente algo especial puesto que, y aunque suene a tópico, los huevos saben a huevos, el tomate sabe a tomate, las mermeladas son caseras, el pan está recién horneado y así todo. Son muy interesantes también y si hay tiempo los cursos de cocina que se imparten aquí.