San José, con todo, es acaso el pueblo más auténtico de los que quedan unidos por eso que llaman el corredor turístico de Los Cabos; es decir la carretera que conecta ambos extremos del puro sur de la península de la Baja California Sur. Rodeado siempre de desierto y mar, cualquiera diría que estamos Almería, por ejemplo. Aunque eso sería si hablase alguien que no ha prestado atención a las buganvillas rechonchas que trepan por todas partas ni tampoco se ha percatado de la prolija decoración cien por cien mexicana de todos los interiores.
A diferencia de Cabo San Lucas, que tiene una impresionante marina en la que atracan yates y veleros de lujo, un buen número de urbanizaciones privadas, campos de golf y tiendas y restaurantes exclusivos, San José guarda todavía todo lo bueno de un pueblecito al que poco a poco han ido arribando forasteros que apuestan por un cambio de vida. Es en este escenario en el que altos directivos de multinacionales hastiados de tanta responsabilidad y de un salario que, por alto que sea no es muchas DF, Los Ángeles o Miami nunca fue suficiente, han montado sus propios negocios tales como galería de arte, restaurantes que se rigen bajo la filosofía del slow food movement y bares y/o pequeños cafés con encanto. Si puede elegir, venga a San José un jueves por la tarde, que es cuando se celebran los Art Walks alrededor de la calle Álvaro Obregón cuando el arte y la música salen a la calle y estudios y galerías abren hasta tarde e invitan a tomar algo.