La capital balear está sembrada de monumentos. Muchos de ellos son imposibles de pasar por alto: magníficos edificios góticos como la catedral o la Lonja de la Mercadería, el ayuntamiento, la sede del Consell, el palacio de la Almudaina (antigua fortaleza árabe)... Pero hay otro patrimonio más escondido, menos conocido por el visitante ocasional pero en torno al cual se ha centrado durante siglos buena parte de la vida de Palma: los patios de sus casas señoriales. Varias rutas turísticas recorren los distintos barrios de la parte vieja de la ciudad en busca de estos rincones, herencia de la tradición de las casas romanas y árabes. Desde los recogidos e íntimos patios góticos a los patios renacentistas y barrocos adornados de galerías y escalinatas, estos lugares combinan la belleza formal con lo que revelan del estilo de vida de la ciudad a lo largo de la historia. Prueba de ello son el Casal Sollerich, Can Vivot, Can Oms o Can Bordils.
Otra forma de recorrer Palma (y de acercarse a otras partes de la isla) es seguir la huella de uno de sus hijos más ilustres: Ramón Llull. El filósofo y poeta nació en una casa de la actual Plaza Mayor y pese a sus muchos viajes siempre retornó a esta ciudad.