Cartas al alcalde
Clandestinos
La clandestinidad, hoy, en Madrid, es atentatoria, y esto es algo tristemente nuevo que ha traido el covid, más la ayuda inestimable de un ramo de gentes que miran antes el whisky prohibido que el contagio probable
El Madrid del Covid , que es una irrealidad con calendario, nos da a veces el golpe de sorpresa de una verdad concreta, de una certeza insólita, de una noticia que emparenta con «la vieja normalidad», sólo que de otra manera. Así vamos viendo que la Policía precinta en el barrio de Tetuán una sauna que cumplía de discoteca oculta, y que en la misma zona un par de locales resolvían a escondidas las faenas de cabaret, o prostíbulo. Hay algunos restaurantes, por otras esquinas de Madrid, que encubren salas de fiestas. Cito rápido, y cercano, por ir orientándonos.
De cada uno de estos nidos secretos van saliendo la clientela por decenas, y hay multa para el local , y para los que ahí transitaban, sin mascarilla y a lo loco. La gente no sólo se oculta a medias desde la mascarilla sino que a veces se oculta para no llevarla, y echarse al Madrid la nuit que ya no existe. De modo que esta picaresca, con una mitad en el delito, y la otra mitad en el morbo, está inventando en la ciudad un mapa secreto, una ruta clandestina donde alegrarse de copas, y lo que venga. Lo clandestino siempre estuvo al margen de la ley, y esa es una de sus gracias mayores, sólo que esta vez lo clandestino comporta riesgo para la salud, con lo que el forajido es más bien un enemigo. Quiero decir que el que acude a estos garitos de desobediencia no es un alegre al que le da lo mismo jugarse el tipo sino un insolidario que nos pone a todos la salud en vilo.
La clandestinidad, hoy, en Madrid, es atentatoria, y esto es algo tristemente nuevo que ha traido el covid, más la ayuda inestimable de un ramo de gentes que miran antes el whisky prohibido que el contagio probable. Me parece que me va quedando una crónica, o artículo, con cenefa ética, y uno lo que venía buscando era la observación de que hay no hay una nueva normalidad sino una nueva clandestinidad, donde se cruzan los restaurantes de pega y los prostíbulos de disimulo. En Madrid ha sido célebre, entre la crápula de oro, un local llamado «El Clandestino», a orillas de la calle Mayor, que era un clandestino sin multa. Porque no brincaba ninguna ley. Ahora los clandestinos son un bar de peligro adonde vamos sin ir.
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