Cartas al Alcalde

El Palacio de Hielo

Ha dicho usted, alcalde, con una naturalidad de soldado, que los servicios funerarios de Madrid no pueden más, y que toca usar el Palacio de Hielo

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Claro que la ciudad es un género literario, y en estos días va improvisando capítulos de dopada imaginación. Sólo que no son capítulos de ficción loca sino de realidad pura y dura, con una órbita en la pesadilla, con otra órbita en el espanto. Ahí está el Palacio de Hielo, que ahora funcionará de morgue . El Palacio de Hielo ha venido siendo un complejo de recreo con esqueletura de centro comercial, más una pista de patinaje donde iban las muchachas a cumplir el rato, como arcángeles con alas de rueda. La juventud que es todo recreo, más la juventud misma, reunida en esa delicia casi mitológica que es la patinadora, se han evaporado para darle sitio a una población de muertos, a una hecatombe de cadáveres. Cuando el 11-M , me conmocionó escuchar los móviles de los muertos, sonando por adentros de algún bolsillo, porque los móviles nos sobreviven. Sonaba un móvil aquí, sonaba un móvil allá, como el timbre último y repetido que pregunta por la vida, desde una mochila, pero la mochila ya no se abre, y la vida ya se fue.

Llamaba mucha gente a sus parientes, en lo alto de la tragedia, pero el móvil del pariente no respondía, porque de pronto, cuando la vida se pone, resulta que estás llamando al móvil de un muerto, un muerto que es tu padre, o tu madre. No sé, hoy, dónde quedan los móviles de esos muertos que van a reunirse en el Palacio de Hielo, pero resulta rigurosamente estupefaciente que muchos vecinos de esta ciudad entren de féretro en una pista de patinaje, que es una canto a la vida pura, con sus músicas de acompasamiento, con sus ángeles de navegación a patín, con sus familias de felicidad de domingo.

Ha dicho usted, alcalde, con una naturalidad de soldado, que los servicios funerarios de Madrid no pueden más, y que toca usar el Palacio de Hielo. De modo que los servicios funerarios ahora incluyen una pista de patinaje donde en rigor no hay nadie. Porque nadie acompaña a tantos muertos imprevistos. Porque nadie hay en esta ciudad también imprevista. Ni los móviles de los vivos se escuchan.

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