Cartas al alcalde

Agosto

No queda otra, es cierto, pero uno quería dejar aquí la glosa de un agosto que no va a ser tal, porque está negada la vida a cielo abierto

Grupos de personas, en una terraza de un bar del centro de Madrid MAYA BALANYÀ

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Ramón Gómez de la Serna, un instagramer de la greguería, arriesgó que el mejor mes de Madrid es agosto. Uno lo suscribe. Agosto, en Madrid, permite ver Madrid, porque agosto es un desalojo de autos, un ralentí de trayectos, un panorama sin prisa. Pero el agosto que en Madrid se abre es un mes tristón, insólito, y con la mascarilla puesta. Por primera vez, según yo recuerdo, agosto en Madrid se presenta como un mes de huida. Pero huida, ¿a dónde? Hubo un tiempo, alcalde, en que Madrid en agosto era un cruce de obras y japonesas, más los rodríguez, que aún existen. O no tanto.

Pero va a llegar a Madrid un mes de agosto adverso y fantasmal, con los bachilleres muy puestos de mascarilla en las terrazas de la Plaza de la Paja, y los ancianos, los venerables y sagrados ancianos, haciendo milicia de soledad en las residencias. De modo que llega a Madrid un agosto sin desabrochar, que es lo contrario a la esencia misma del verano, en general, y de agosto, en particular. Desde ya resulta obligatoria la mascarilla, que es una modalidad de la soledad entre multitudes. Se limita el aforo en las terrazas, con lo que las terrazas ya no lo son tanto, y encima hay que ir a tomarse la mahou con la mascarilla de ajuar obligatorio, con lo que la mahou ya es, en rigor, una bebida de no salir de casa.

Lo que vengo a decirle, alcalde, es que Madrid no tiene en agosto su mejor mes sino su mes peor, porque el coronavirus, que todo lo arruina, aún arruina más el verano, que es la juventud de la vida, a la que le hemos puesto la mascarilla. No queda otra, es cierto, pero uno quería dejar aquí la glosa de un agosto que no va a ser tal, porque está negada la vida a cielo abierto. Ramón Gómez de la Serna era un fanático de Madrid, y comprobó que agosto tenía en la ciudad todas las luces de la libertad, todos los almíbares del riesgo, toda la maravilla del esparcimiento. Ramón, hoy, está olvidado, como pasa con tanto genio, pero no olvidaremos un mes de agosto donde la ciudad se cerró por prescripción facultativa. Porque Madrid abre pero no abre. Me cuesta desear un feliz verano. Pero lo hago.

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