Veinte años sin Enrique Urquijo, el escultor de canciones eternas que sucumbió a las drogas
El Wizink Center acoge el domingo un gran concierto de homenaje al músico con la flor y nata del pop (Miguel Ríos, Manolo García, Coque Malla, Amaral...), liderada por Los Secretos
En las fiestas de San Isidro de 1986 , el Ayuntamiento de Madrid organizó una serie de conciertos en la Casa de Campo con La Orquesta Mondragón, Ramoncín , Gabinete Caligari, El Último de la Fila y otros grupos de moda entre los que, en principio, no estaban Los Secretos . La banda de los hermanos Urquijo aún se lamía las heridas de una primera etapa que tuvo un final confuso en lo profesional, decepcionante en lo económico y trágico en lo personal.
Su discográfica los había despedido porque su «olor a vaca» no encajaba en La Movida; Hacienda les había dado un buen palo tras la cruzada de Miguel Boyer contra los famosos; la droga les había dado ya un par de bofetones en toda la cara, y sus dos bateristas habían fallecido en sendos accidentes de tráfico («Canito», en 1979, cuando aún se llamaban Tos, y Pedro A. Díaz, en 1984).
«El mazazo fue físico, moral, estructural, emocional y musical, y gracias a los “royalties” y a que vivíamos en casa de nuestros padres pudimos aguantar el tirón», recuerda Álvaro Urquijo , que ahora reconoce que tuvo dudas cuando el azar intervino para ponerlos de nuevo en circulación. «Un grupo de aquellos conciertos de San Isidro del 86 se cayó del cartel en el último momento, y nos llamaron de urgencia para sustituirlo. Aceptamos, pero no sabíamos cómo nos iba a recibir el público».
Cuando llegó su turno la noche del concierto, los hermanos y compañía subieron al escenario dominados por la incertidumbre y los nervios. Pero entonces la música obró su milagro . «Empezamos a tocar y, para nuestro asombro, todo el público nos ovacionó y comenzó a corear todas las letras», cuenta Álvaro. «Todavía recuerdo la emoción en los ojos de Enrique cuando se giró y me miró al terminar la primera canción. Quizá sea el momento más brutal que he vivido sobre un escenario ».
Concierto benéfico
Ese día fue el pistoletazo de salida para la etapa más fructífera de Los Secretos , que terminaría trece años después con otra despiadada intervención de la parca: el 17 de noviembre de 1999 , un día antes del lanzamiento del segundo volumen de «Grandes Éxitos» del grupo, Enrique fue hallado sin vida en un portal de la calle Espíritu Santo de Madrid.
«Gracias al cielo, los del sello fueron respetuosos y se canceló la promoción », afirma Álvaro, líder incombustible de Los Secretos desde entonces y organizador del gran concierto benéfico (la recaudación irá destinada a las ONG Cirugía en Turkana y Cris Contra el Cáncer) que rendirá homenaje a su hermano el próximo domingo, día en que se cumplirán veinte años de su muerte .
El espectáculo, titulado « Desde que no nos vemos» , tendrá lugar en el Wizink Center de Madrid (con 6.000 localidades con asiento) y contará con la participación de Manolo García, Rozalén, Miguel Ríos, Amaral, Coque Malla , Mikel Erentxun, Andrés Suárez, Dani Flaco, Rafa Higueras, Rebeca Jiménez, Alejo Stivel, Txetxu Altube, Vicky Gastelo, Jorge Marazu y San Damián, además de Los Secretos, claro está.
Una estrella cercana
«Le conocí un día que tocamos en un garito muy pequeño de Madrid, antes de hacernos famosos», relata Juan Aguirre de Amaral . «Fue muy cercano, muy cariñoso . Después habló con muchísimo cariño de nuestro primer disco, en el que su hermano Álvaro colaboró tocando doce cuerdas. Solo tengo un recuerdo maravilloso de su música y de haberle conocido. Fue un cantante muy expresivo, con una manera de cantar muy personal, que ha servido como referencia para artistas que han llegado después . Aunaba influencias anglosajonas al principio de la nueva ola, con música fronteriza mexicana y estadounidense de una forma muy natural. Era un grandísimo cantante y, por supuesto, un grandísimo escritor de canciones».
Uno de los coetáneos de Los Secretos que estará en la cita del domingo, Manolo García , dice sentirse « hermanado en el tiempo y en la música » con los Urquijo. «Enrique aportó al pop español un sabor limpio, de pop-rock americano cristalino, con unas letras dignísimas, sencillas pero escritas a pie de calle, de las que siempre tocan el corazón », asevera el artista barcelonés, uno de los últimos en sumarse a este impresionante cartel.
«Todos aspiramos a poder alcanzar, aunque sea mínimamente, la obra de Urquijo», opina Andrés Suárez. « “Quiero beber”, “Déjame”, “Vidrio mojado”, “Buena chica”, “No digas que no” , podría seguir una hora. Su legado es eterno, Enrique ha hecho canciones que son para siempre», sentencia el cantautor gallego. Txetxu Altube, otro discípulo secretista que estará en el Wizink Center el domingo, está convencido de que «nadie ha conseguido escribir de una manera tan sencilla y directa como Enrique. Antonio Vega y él son referentes que están al mismo nivel. Componían de una forma distinta, pero los dos te arañaban el alma con la misma fuerza».
En la escena pop española nadie pone en duda que Enrique nació con algo especial, con «un don» , como dice Álvaro. «Cuando empezamos era el que peor tocaba la guitarra, pero con dos acordes componía canciones inalcanzables. Era un genio. Y demostró que la juventud del momento podía hacer canciones de calidad, que perduraran y que formaran parte de los recuerdos de toda una generación».
«Era un secreto a voces entre los camaradas de la madrugada, en todas las trincheras de la noche», escribía Manuel de la Fuente en una columna de ABC dedicada a Enrique Urquijo, tres días después de que el gran músico fuera encontrado muerto, en la noche del 16 de noviembre, en un portal de la calle del Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña.
Y es que al músico no era nada complicado de encontrar en los bares del mítico barrio madrileño de la Movida, «soportado por un cuerpo que parecía tan débil y a punto de venirse abajo como un castillo en la arena, con las manos en los bolsillos, aspirando a grandes bocanadas el humo».
Porque el que fuera líder de Los Secretos, junto a su hermano Álvaro, pasó la mitad de su vida sumido en un círculo vicioso que le llevaba de la depresión a las drogas, y de las drogas a la depresión: « Cuando sentía el hormigueo de la desesperación, recurría al alcohol, la heroína, la cocaína o los tranquilizantes (en ocasiones, todo a la vez) para conseguir una especie de muerte efímera», recogía Miguel Ángel Bargueño en «Adiós tristeza», la biografía de este poeta maldito del pop, que publicó en 2005.
Como contó Joaquín Sabina: «Enrique aparecía por aquí de madrugada y me pareció siempre el ser más dulce, más tímido, más sensible del mundo. Era para comérselo. Aquí venía y se podía quedar cuarenta y ocho horas. Hablaba poco, fumaba mucho, bebía mucho; yo también».
Poco antes de morir, su novia Pía había ido a buscarle a casa de su «camello», a donde acudía en demasiadas ocasiones tras abandonar la clínica donde estaba ingresado, una vez más, para dejar su adicción a las drogas. Era el final de una pesadilla que se había iniciado 20 años antes, cuando Enrique y sus hermanos comenzaron a coquetear con la heroína.
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