Como dicen las abuelas y tienen razón: es peor pensarlo que pasarlo

Lo peor de sufrir una enfermedad, o cualquier desgracia, no es tanto las consecuencias que tenga sino la ansiedad, la frustración y el desánimo que provoca. Descubrimos por qué el peor sufrimiento es el mental

Las abuelas suelen decir que se pasa peor cuando pensamo en algo que va a pasar, que cuando se pasa.

R. Alcolea

¿Te afectan mucho las dificultades o los obstáculos que encuentras en tu vida? ¿Te frustras y te desanimas con facilidad? ¿Sueles compararte a menudo? Si las respuestas a estas preguntas han sido afirmativas podría decirse, con un cierto margen de error (claro está), que sufres inmadurez emocional . La buena noticia es que no solo es algo que se puede trabajar, sino que mejorar ese aspecto aporta beneficios para la salud mental , tal como explica Juan Carlos Beato, psicólogo de Mundopsicologos.com, quien asegura que siempre se puede crecer en desarrollo emocional porque a lo largo de la vida podemos seguir formándonos, conociéndonos y viviendo nuevas experiencias. «La capacidad de superación y crecimiento del ser humano es absolutamente extraordinaria», apunta.

Pero antes de ponernos manos a la obra veamos qué es exactamente la madurez emocional . Así, el psicólogo indica que es la capacidad para comprender, gestionar y asimilar nuestras emociones, y las de los demás. También podría definirse como la capacidad de adaptarse a las situaciones muy intensas emocionalmente. Es algo, según precisa, que tiene mucho que ver con una de las virtudes cardinales: la fortaleza ; o como se le llama ahora: resiliencia . «La resiliencia es la virtud que nos ayuda a soportar, asimilar y afrontar mejor los sufrimientos, las crisis, los traumas y las dificultades de la vida», define Beato.

Así son las personas maduras

Una persona fuerte podría ser la definición más sencilla que se puede hacer sobre cómo es alguien que es maduro emocionalmente. De hecho el psicólogo asegura que «fuerte» es la palabra que mejor puede definir a estas personas, pues casi todas las dificultades en la vida son, en el fondo, dificultades emocionaes y la persona madura emocionalmente es aquella que, sencillamente, las soporta mejor. «Lo peor de sufrir una enfermedad, o cualquier desgracia, no es tanto las consecuencias que tenga sino la ansiedad que nos provoca, la frustración, el desánimo, el vicio por compararnos con el vecino —a quién parece que le van mejor las cosas— y entonces nos sentimos inferiores, etc. Como dicen las abuelas: es peor pensarlo que pasarlo, y en el fondo tienen razón: el peor sufrimiento es el mental», explica.

La persona emocionalmente madura, por tanto, s e adapta mucho mejor a estas crisis y sufre menos, según asegura el experto. «A veces parece incluso que ni las sufre. Y son muchos los ejemplos que hemos visto de esto en la historia de tantas personas admirables. Personas que no temen la precariedad, la enfermedad o la soledad y que incluso saben encarar el maltrato y no se quiebran fácilmente ante él», apunta.

La edad clave para madurar

Aunque, tal como ha asegurado el psicólogo, no existe una edad límite, lo que sí que se puede apuntar es que existen dos edades clave que marcan una diferencia importante: la infancia y la adolescencia . «Lo cual es lógico, puesto que son las edades en la que nos estamos desarrollando en todos los aspectos, también en el emocional: el apego, el autoestima, las tendencias de la personalidad, la forma de pensar, el sistema de valores, etc. todo esto se germina en la infancia y se conforma en la adolescencia», argumenta Beato.

Por eso el experto insiste en la importancia de trabajar esa madurez emocional desde la niñez. «Desde el comienzo del embarazo, empezamos a ser influidos emocionalmente. Es algo inherente al ser humano. Realmente, la pauta más sencilla e importante está en el ser: si los padres somos maduros emocionalmente, enseñaremos a nuestros hijos a serlo, de forma natural y muy eficaz. El ejemplo es lo más importante: que los padres se quieran a sí mismos y entre ellos. Lo demás es secundario», concreta.

La mayoría de los hijos con problemas emocionales tienen en su entorno cercano algún adulto que no ha madurado del todo emocionalmente . Por eso se dice, según comenta Beato, que el padre que vaya a terapia quizás se la esté ahorrando a sus propios hijos.

Pero además para que un hijo desarrolle la madurez emocional necesita, sobre todo, tres cosas: cariño , pasar tiempo con sus padres y que sus padres empaticen con ellos. «Si los padres aprenden a identificar las emociones del niño (ansiedad, tristeza, alegría, ilusión, aburrimiento, etc.), el niño aprenderá a identificarlas también adquiriendo inteligencia emocional. Y en la adolescencia, que es mi especialidad, lo importante es una buena formación en Psicología y Conocimiento Personal —adaptada a su pedagogía— y practicar deportes y artes», revela el psicólogo Beato.

Cómo trabajar la madurez

A los adultos les resultará útil leer y formarse en psicología, antropología, emociones y conocimiento personal. Además, es esencial realizar un proceso de autoconocimiento con un profesional que nos permita descubrir nuestras heridas emocionales —que todos tenemos— y aprender a compensarlas y sanarlas de raíz. Esto es vital, porque de ellas florecen la mayoría de nuestros vicios y defectos que nos impiden mejorar en muchos aspectos de manera que a veces ni siquiera percibimos.

Para la parte práctica necesitamos aprender estrategias de regulación emocional , es decir, actividades que nos ayuden a reponernos y calmarnos cuando algo nos afecta mucho a nivel emocional. En terapia se aprenden técnicas concretas, pero existen también muchas actividades naturales y ordinarias que nos pueden servir de mucho: el arte, el deporte, la meditación, la religión, la naturaleza, escribir un diario, la cocina, expresar nuestros sentimientos, los animales, los voluntariados…

Aunque, en opinión del terapeuta de mundopsicologos.com, la mejor y la más universal es la escritura : tener una especie de diario donde pararnos a reflexionar por escrito sobre nuestra vida y sobre lo que hemos leído. En él, tal como aconseja, podremos reflejar cómo estoy, cómo me siento, en qué me ayudan mis lecturas, porqué me siento así, qué me preocupa, qué objetivos y deseos tengo, qué avances voy logrando, qué barreras encuentro, qué soluciones o respuestas encuentro, cómo puedo ser más feliz, etc.

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