En la Navidad de 2004, el devastador tsunami que barrió el Océano Indico se cobró más de 220.000 vidas al arrasar una docena de países del Sureste Asiático. En Tailandia, uno de los más afectados, sus paradisíacas playas se volvieron un auténtico infierno, como plasma con realismo la película «Lo imposible», dirigida por Juan Antonio Bayona y protagonizada por Ewan McGregor y Naomi Watts.
Hasta entonces, Tailandia, el «país de la sonrisa», era uno de los destinos más visitados del mundo gracias a sus espectaculares playas de arenas blancas y aguas cristalinas, sus templos budistas, la naturaleza de sus junglas tropicales, la simpatía de sus habitantes, su deliciosa gastronomía y, por supuesto, su famoso turismo sexual. Ocho años después del tsunami, Tailandia ha vuelto a recuperar la sonrisa y, tras la inestabilidad política de los últimos tiempos, aparece tan seductora y exótica como antes.
Así luce la bellísima isla de Phi Phi, enclavada en la bahía de Phangnga y masificada sin remedio desde que Leonardo DiCaprio se perdiera en sus calas buscando un paraíso terrenal alejado del mundanal ruido en la famosa película «La playa», del oscarizado Danny Boyle («Trainspotting», «Slumdog millionaire»).
Lo mejor es montar la base de operaciones al otro lado de la bahía, en Krabi
Para navegar por las islas de la bahía, plagadas de celebridades y modelos que aspiran al famoseo, la mayoría elige como base la concurrida isla de Phuket. Como su playa principal, Patong, es una especie de Benidorm donde abundan los bares de «strip-tease» y los masajes con final feliz, es más agradable perderse por el extremo occidental del litoral, como Karon y Kata, donde sus apartadas calas son mucho más naturales.
Pero lo mejor es montar la base de operaciones al otro lado de la bahía, en la ciudad de Krabi y, más especialmente, en la playa de Railay, a la que sólo se puede llegar en barca. Allí, el exclusivo hotel Rayavadee ofrece lujosos bungalows con piscina entre la espesa maleza tropical y enfrente del mar. Desde aquí se puede salir a navegar cada día para recorrer los puntos más pintorescos de la bahía, como la isla del Conejo (Rabbit Island), y embelesarse con las majestuosas puestas de sol, cuando sus rayos anaranjados se reflejan sobre el agua y perfilan las misteriosas formaciones de roca caliza que despuntan en el horizonte en pleno mar de Andamán.
Con más de 300 metros de altura, de entre sus aguas cristalinas emergen enormes islotes cubiertos por un manto verde de vegetación que crece entre las afiladas hendiduras de sus crestas. Cortados a cuchillo y erosionados durante millones de años por el mar, estos farallones de piedra kárstica dibujan una irregular pero majestuosa cadena de acantilados a lo largo de los 400 kilómetros cuadrados que ocupa la bahía de Phangnga, uno de los paisajes naturales más hermosos enclavados al suroeste de la siempre bellísima Tailandia.
Hasta este lugar de ensueño, cada vez menos recóndito por culpa del turismo de masas que ha traído la globalización, venían a perderse asesinos a sueldos como el malvado Scaramanga, encarnado por Christopher Lee en la película de James Bond «El hombre de la pistola de oro». Ya curado de la aversión al sol que sufría en sus tiempos del «Drácula» de la Hammer, el siniestro actor se batía en un duelo con 007 sobre la dorada arena de la playa de Ko Khao Phing Kan.
Gracias a todas estos atractivos, es difícil que alguien vuelva de Tailandia sin una amplia mueca de satisfacción en el rostro, que para algo es el «país de la sonrisa».