La regla no escrita que marca los partidos inaugurales de un Mundial y que muchas veces convierte a los equipos favoritos en una sombra de lo que fueron, como sucedió con Francia en 2002, marcó ayer a la selección alemana con una rara maldición. Una inédita y peligrosa lucha de poder entre Ballack, el famoso capitán del equipo y Klinsmann, el seleccionador alemán. Poco antes de viajar a Munich, Klinsmann había lamentado la ausencia de su capitán en el primer partido del torneo, a causa de su lesión en la pantorrilla derecha y dijo que esperaba que Ballack estuviera en forma para el día 14, ante Polonia. Pero esa misma noche, Ballack le confesó a un periodista que estaba en plena forma y que deseaba jugar desde el primer minuto. En otras palabras, en vísperas del decisivo partido inaugural, el capitán de la selección decidió enfrentarse, a través de la Prensa, al técnico de la selección en una lucha de poder. Confrontado a la inédita rebeldía de su capitán, Klinsmann optó por un estratégico silencio y dejó saber que el problema quedaría resuelto cuando fuera dada a conocer la lista oficial. La duda quedó resuelta una hora antes del inicio: designó a Borowski como sustituto de Ballack, a quien además devolvió la calidad de lesionado. En la lista de sustitutos de Alemania aparecía la inicial 'I' al lado del nombre de Ballack: 'Injured' (lesionado).