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Lunes, 3 de abril de 2006
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LECHE PICÓN
Voz
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Pido la voz y la palabra, decía Blas Otero en aquel poema en el que también hablaba del hombre y la justicia, del silencio, de la sombra y del vacío.

La palabra, por mi profesión y por mi vocación, la tengo, dicha y escrita, como uno de mis más preciados compañeros de viaje.

A partir de hoy, tengo también LA VOZ. LA VOZ entendida como umbral de la libertad, como eco del pensamiento, como refugio de reflexiones y críticas que, por bienintencionadas, jamás caerán en la sima del denuesto.

Una voz que no querrá nacer contra nada ni contra nadie, sino para todos. Una voz que, como decía Confucio, no tiene por qué ser fuerte, sino clara.

Comienzo hoy una colaboración semanal con LA VOZ en Jerez que espero sea larga y fructífera. Una colaboración a modo de artículos de opinión que confío sean tan rápidos y gustosos de consumir como una mazorca tierna.Porque resulta que lo que LA VOZ me pide es precisamente lo que yo quiero escribir: un comentario breve y directo, ácido cuando tenga que serlo, laudatorio cuando haya lugar, pero crítico siempre.

Y centrado, también siempre -salvo que las circunstancias demanden, excepcionalmente, otros derroteros-, en la actualidad local, sea del ámbito que sea; en nuestra realidad cotidiana, en los más cercanos sucesos, llamando a las cosas por su nombre. Que para otros menesteres, doctores ya tiene la Iglesia.

Así pues, desde este primer artículo que nace a modo de declaración de intenciones, sépanlo ustedes: que no quiero herir, sino opinar; que no quiero ser censor, sino observador; que no quiero ser juez, sino parte. Y que la crítica es tan saludable como lo es un plato de garbanzos.

Y no sólo es saludable, sino también necesaria, y más en esta ciudad nuestra donde tanto silencios ha habido, donde tanto se ha sabido y se ha callado, donde tanto se ha escondido en las alcantarillas del miedo.

En fin, no nos pongamos trascendentes. Lo que quiero decir es que es bueno hablar, que es bueno levantar la voz de vez en cuando, que es conveniente poner el dedo en la llaga, aunque nos correteen a gorrazos. Que para eso estamos, y yo estoy, desde ya, dispuesto a recibir con una sonrisa y con buen talante los que me arreen.

Porque la persona no se hace a base de laureles, sino de críticas. No a base de sueños, sino de realidades. Y la realidad es que todos estamos de paso, que no somos sino una gota en el torrente del tiempo, y qué pena es desperdiciarlo tendidos en el colchón muelle de la lisonja.

Así nunca nos daremos cuenta de que no somos sino el reflejo de nuestros pensamientos, que no somos sino el eco de nuestra voz, el sonido de nuestros pasos en el corredor de la vida.

Los que quieran seguir tendidos en aquel colchón muelle, allá ellos. Seguirán siendo sólo sombras en la pared enjalbegada. Rumores sin eco. Espejos sin azogue. Nadie. O, como decimos por aquí, leche picón.



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