HISTORIAS DE LA COVID-19

«En los ojos de Sonia vemos su tristeza»

A sus 24 años, esta amante del atletismo con un solo riñón tiene un retraso psicomotor del 75 por ciento y una lente especial que le permite ver 

Sonia ganó dos medallas en Abu Dabi en marzo de 2019 Montaje Chente Duro

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Mari Carmen tiene que adivinar las dolencias y las necesidades de su hija Sonia, que tiene un retraso psicomotor del 75 por ciento, aunque su madre le quita hierro al asunto: «La gente se echa las manos a la cabeza cuando digo que tiene ese porcentaje de discapacidad». Y empieza a relatar sin perder la sonrisa el día que la provincia de Toledo entra en la fase 2 de la desescalada dentro del estado de alarma.

Sonia no ve bien, nada bien. Tiene una malformación en el nervio óptico de su ojo izquierdo debido a una infección (toxoplasmosis) que Mari Carmen sufrió durante su embarazo. Conserva la visión porque lleva una lente especial y, sobre todo, porque a los 10 meses de su nacimiento fue operada de una catarata congénita. Otra malformación en el riñon izquierdo por la toxoplasmosis obligó a extirpárselo y el único que le queda mejora de un quiste cada día.

«Pero Sonia lleva una vida normal, tiene autonomía personal, con limitaciones. Se ducha, se viste, se guarda su ropa, ayuda en las tareas de casa... Ahora, si le digo que me va a ayudar en la cocina, ahí no le puedes quitar la vista», explica Mari Carmen, que tiene que hacer de pitonisa para averiguar las dolencias y las necesidades de su hija: «Ella te dice que está muy cansada, pero no te especifica por qué. O te puede decir que le duele aquí, pero no te da más información. Tenemos que hacer de adivinos».

«Hacemos una piña»

Sonia tiene 24 años y es la mayor de cuatro hermanos: Fran (23), Adrián (22) y Jesús (21). Los más pequeños soplaron las velas durante el confinamiento. «Lo llevamos bien porque los cinco hacemos piña. El que no hace una gracia se hace el gracioso», dibuja Mari Carmen, que vive de alquiler con sus hijos en una vivienda adosada en Madridejos (Toledo), sin la figura del padre y esposo, Paco, que falleció hace siete años.

A Sonia le detectaron su retraso psicomotor a los cuatro años, cuando su madre la cambió al colegio Cervantes donde Mari Carmen cursó sus estudios. Los maestros observaron que la niña no cogía bien el lapicero a su edad, ni sabía cortar con la tijera ni colorear.

Luego pasó al colegio de Educación Especial María Auxiliadora de Campo de Criptana (Ciudad Real), y en este punto la madre de Sonia quiebra su voz: «Tela lo que tienen pensado hacer ahora con los colegios, cerrarlos. Es lo peor que se puede hacer. Los mayores ayudan a los pequeños. Sonia tuvo que ayudar a una chica en silla de ruedas y me dijo una vez que la muchacha tenía una vida muy difícil».

El atletismo

Mari Carmen cuenta que Sonia estuvo en su colegio de Educación Especial hasta los 21 años, aunque no ha perdido el contacto porque su familia forma parte de la asociación de padres del centro. Un curso de formación permitió a la joven hacer prácticas en la residencia de ancianos de Alcázar de San Juan desde septiembre hasta diciembre. Tres meses después el coronavirus la confinó en casa con su familia. Justo se cumplía un año de la proeza de Sonia, una amante del atletismo: corrió las pruebas de 1.500 y 3.000 metros en unos juegos internacionales en Abu Dabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, donde ganó dos medallas.

Pero, con el estado de alarma por la pandemia, se acabaron los abrazos con sus amigos de la Asociación Madridejense de Discapacitados (Amadis) de su pueblo, a los que añora. «Les echa de menos. Todas las semanas se juntaban y se iban a ver una película a Alcázar, o se iban a cenar a una pizzería o a la plaza para dar una vuelta. Eso lo echa muuucho de menos. No es salir a la calle, sino juntarse con los suyos», recalca Mari Carmen.

«Aunque suele pasar mucho tiempo fuera, no ha extrañado mucho la calle. Ella lo ha llevado mejor que nosotros. Vemos su pena y necesidad a través de sus ojos —asegura su madre—. Yo llegué a llamar para preguntar si podía salir con Sonia a pasear para dar una vuelta solo a la manzana, porque, cada vez que le decía que se levantara del sillón, parecía una persona mayor: primero se pone de pie, luego se endereza y finalmente intenta dar el paso. Como además no ve bien, todavía arrastra los pies porque no se fía».

Fran, Sonia, Mari Carmen, Jesús y Adrián, en marzo de 2019 Foto cedida

Gafas empañadas

Con las salidas a la calle, Sonia ha empezado a utilizar mascarilla, aunque a regañadientes porque usa gafas y se empañan. También ha querido abrazar a la gente, pero su madre ha debido frenarla y proponerle una alternativa: «Te echo hidrogel y chocas los cinco». Y Sonia tan contenta, porque «solo quiere cariño».

Pero la entrada en la segunda fase preocupa a su madre. «Ahora que nos dejan salir tanto, lo veo un peligro mayor que antes. Ya tienes que salir de casa porque no tienes que estar encerrado toda la vida, pero las personas como Sonia se lanzan a abrazar a la gente», dice Mari Carmen, que siempre acompaña a su hija.

Las dos caminan juntas un mínimo de tres kilómetros al día. Pero a Sonia le gusta más correr. Lo sabe muy bien Adrián, que hizo las veces de entrenador cuando su hermana ganó las dos preseas en Abu Dabi. Ahora ya queda menos para que ella se pueda reencontrar con los compañeros en su club deportivo y vuelva a correr y a saltar para seguir disfrutando de la vida.

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