Señor, no les perdones
El secesionismo con mando en plaza y sus palmeros son incapaces de admitir que la anomalía son ellos
Visto
Quien asista a los mítines secesionistas notará el victimismo omnipresente. Victimismo –política, historia, economía, energía, fiscalidad, infraestructuras, sanidad, identidad, lengua, arte, deporte...–, que puede resumirse en la teoría general del expolio, que necesita un adversario/enemigo –«el imaginario absoluto», diría Jean Baudrillard– a quien atribuir la vocación de laminación, homogeneización o seducción con fines perversos. Objetivo: la obtención de legitimación social y política. Y votos.
Oído
Una de las joyas de la corona es la teoría de la anomalía. Afirman que es una anomalía que en Cataluña se haya aplicado el 155, que las elecciones las convoque el Gobierno después de haber cesado a la Generalitat, que algunos políticos estén en prisión, que Puigdemont se haya exiliado en Bruselas. Y así sucesivamente. De ello, el secesionismo saca rédito: España es un Estado demofóbico del cual hay que librarse y Puigdemont –eje de la campaña de JpC– debe ser «restituido». El secesionismo con mando en plaza y sus palmeros son incapaces de admitir que la anomalía son ellos. Vladimir Jankélévitch: «Señor, no les perdones, porque saben lo que hacen».
Observado
El secesionismo habla de la desobediencia debida frente a la injusticia. Habitualmente, los líderes del «proceso» remiten a Gandhi, Mandela, Parks o Luther King para ejemplificar su actitud frente a España. Ridículo. Cataluña no es una colonia, en España no se persigue a nadie por ideas sino por presuntos delitos investigados en el marco del Estado de derecho, no se segrega a nadie por raza o color. ¿A qué obedece la analogía? Por un lado, la necesidad de brindar un relato épico a la fiel infantería secesionista. Por otro, el narcisismo propio de un secesionismo que manifiesta «el apasionamiento hacia la propia persona» (Freud). El sujeto secesionista se erige a sí mismo como objeto de adoración. Y se adora.
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