El Papa Francisco, el primer Pontífice jesuita y el único que no ha nacido en Europa, puede inaugurar un papado volcado en el defensa de los pobres. Su gusto por lo austero preludia un pontificado alejado de los ornamentos y el lujo, un papado que regrese a las raíces de los primeros cristianos. Sin embargo, a la luz de sus pronunciamientos, no cabe esperar un viraje de la Iglesia hacia posturas más abiertas en el terreno moral y sexual. Como arzobispo de Buenos Aires, acata sin fisuras la doctrina eclesial: ha ensalzado el celibato sacerdotal, abomina del matrimonio gay y critica el uso de preservativos aun para combatir el sida en los países devastados por el virus. A juzgar por sus gestos, Francisco se prefigura como un papa próximo y cercano, humilde y con una acendrada preocupación por los desheredados.
Una iglesia para los pobres
Tres virtudes se atribuyen al nuevo papa: la humildad, la paciencia y el espíritu de pobreza que predicó san Francisco de Asís. El sucesor de Pedro se ha pateado las zonas pobres de Buenos Aires y ha lavado los pies a los presos. Los jesuitas, y Jorge Mario Bergoglio lo es, hacen voto de pobreza, obediencia y castidad. En su audiencia a los informadores que han seguido el cónclave, el obispo de Roma pronunció una frase para recordar: “¡Cómo me gustaría una iglesia pobre y de los pobres!”. Por el momento ha hecho algunos gestos con lo que denota su poco aprecio por la pompa y la fastuosidad del Vaticano: luce una cruz plateada, no de oro, reduce a lo imprescindible la escolta y se muestra poco dado a la exhibición en el uso de los paramentos sacerdotales. Además pidió a los obispos argentinos que se ahorraran el viaje a Roma y dedicaran el gasto de asistir a su entronización a obras caritativas. Solo atendiendo a esas costumbres espartanas se puede entender que el pontífice haya sustituido el ‘papamóvil’ por un jeep para recorrer la plaza de San Pedro antes de la misa de inicio de su pontificado.
Un puente entre América y Europa
Hijo de emigrantes italianos, Francisco es el primer pontífice en la historia de la Iglesia que no ha nacido en Europa, aunque por raíces se siente próximo al Viejo Continente. Por esta encrucijada vital, Bergoglio puede ejercer el papel de puente entre América y Europa y romper el cerco de la Curia, gobernada por un nutrido grupo de italianos. Latinoamérica es la región del mundo que aporta más católicos al mundo: cuatro de cada diez proceden del subcontinente. Sin embargo, América Latina, como Europa, sufre la erosión del secularismo y muchos de sus fieles desertan hacia confesiones evangélicas.
Jesuitas
Los jesuitas son un poder dentro de la Iglesia, si bien viven horas bajas. No en balde, en los últimos cuatro años han perdido mil miembros de los 18.000 que integran la Compañía. Con 200 universidades y 700 colegios diseminados por todo el mundo, los jesuitas constituyen un ‘ejército’ que está presente en tres cuartas partes del mundo y que a duras penas esconde el sentimiento de encarnar la élite de la Iglesia. Está por ver si con un Papa jesuita gobernando la Iglesia se aplacan los conflictos que han protagonizado los miembros de la orden con el Vaticano. Las tensiones de los padres generales Pedro Arrupe y Peter-Hans Kolvenbach con la Curia fueron una constante durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. La defensa de la teología de la liberación y el acercamiento hacia otras religiones rebasaron los límites de lo admisible por la Curia. Bergoglio, sin embargo, está lejos en lo doctrinal de los mandatarios de la orden, que ven en cardenal argentino una ‘rara avis’ dentro de la compañía. Los jesuitas han sido sustituidos en las querencias de la Santa Sede por movimientos como Comunión y Liberación o la prelatura personal del Opus Dei.
Cercanía
Jorge Mario Bergoglio carece de la capacidad intelectual y teológica de Benedicto XVI, que aburría a los feligreses con sus homilías sobre las relaciones entre fe y razón, y del magnetismo mediático y el carisma de Juan Pablo II. Sin embargo, Francisco puede jugar la baza de la cercanía y de su aproximación a las preocupaciones más comunes de los fieles. En la misa de entronización ha citado a san Francisco de Asís, el santo que enarboló la bandera de defensa de los pobres y de la paz, para pedir "respeto por las criaturas de Dios y por el entorno en que vivimos". "No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura", un argumento que ha suscitado los aplausos de las personas que se congregaban en la plaza de San Pedro.
Pese al hieratismo que mostró nada más asomarse al balcón pontificio, Bergoglio se ha comportado con desenvoltura ante los periodistas, se ha salido del guion y el protocolo y ha exhibido gestos de desprendimiento que agradan a los que reprochan a la Iglesia que no encuentre su lugar en el mundo moderno.
Doctrina moral
Que el papa Francisco sea un hombre moderado, a mitad de camino entre el conservadurismo eclesial y la minoría progresista, no quiere decir que vaya apartarse de la moral de la Iglesia y de sus postulados en materia sexual. El pontífice se ha pronunciado en términos muy duros contra el matrimonio homosexual, que considera como una “pretensión destructiva del plan de Dios”. En Argentina también se opuso a la la ley de identidad de género aprobada en mayo de 2012 y que autoriza a travestis y transexuales a registrar sus datos con el sexo elegido. Al arremeter contra el aborto, no pudo ser más explícito: “Una mujer embarazada no lleva en el vientre un cepillo de dientes, tampoco un tumor. La ciencia enseña que desde el momento de la concepción, el nuevo ser tiene todo el código genético”, ha asegurado.
Judaísmo
Benedicto XVI envenenó sin quererlo las relaciones con la comunidad judía cuando emprendió un proceso de acercamiento a los lefebvrianos. Entre el sector más retrógrado de los seguidores de Marcel Lefebvre estaba el obispo británico Robert Williamson, quien niega el holocausto y se toma a guasa las cámaras de gas del Tercer Reich. El papa Francisco, por sus credenciales y amistad con el rabino argentino
Abraham Skorka, recompondrá las relaciones con los judíos. Al poco tiempo de ser elegido, Jorge Mario Bergoglio envió una misiva al rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, en la que expresaba su deseo de contribuir al “avance de las relaciones” entre los dos credos.