La austeridad se la está tomando el Papa Francisco al pie de la letra. El propio Anillo del Pescador (el símbolo más vistoso del ministerio petrino) no es de oro sino de plata dorada. Parece un detalle sin importancia, pero en los últimos tiempos ningún Pontífice se había atrevido a tanto. Ni siquiera Juan XXIII, el llamado 'Papa bueno'. La tradición imponía el metal más precioso y había que obedecer. Pero hete aquí que el sucesor de Ratzinger no ha dudado en aceptar el modelo bañado en oro que Enrico Manfrini diseñó para Pablo VI, a principios de los 70. La sortija era demasiado rompedora entonces, pero ahora seguro que nadie pone el grito en el cielo. La sencillez se ha puesto de moda en el Vaticano.
El nuevo Anillo del Pescador tiene menos filigranas y su uso se limitará a los actos solemnes. El Pontífice no lo exhibirá siempre y en todo lugar como hacía Benedicto XVI. Hay que remontarse a Pío X, que lideró el Vaticano entre 1903 y 1914, para encontrarse con una bisutería de andar por casa, ya que este Papa lucía sin complejos una sortija de piedra de río. Nada que ver con Pío IX, que hizo imprimir su efigie, ni con Pío XII, que llevaba en el anular un pedazo de joya tan valioso que entre beso y beso en el Anillo del Pescador se lo acabaron robando.
En cuanto al escudo, el Pontífice mantiene tal cual el modelo que tenía en su época de arzobispo de Buenos Aires, con las únicas novedades que representan la mitra papal y las llaves de San Pedro. Por lo demás, el monograma de los jesuitas (IHS) hace referencia al nombre de Jesús en griego, la estrella alude a la Virgen y la flor de nardo evoca la figura de San José, patrono de la Iglesia católica.
El lema del blasón tampoco cambia: 'Miserando atque eligendo' (Lo miró con misericordia y lo eligió) es un guiño al pasaje bíblico en que Jesucristo escoge a San Mateo, un recaudador de impuestos que a bote pronto no las tenía todas consigo para terminar siendo un santo.