Zaldívar, dos semanas bajo el acecho de una amenaza invisible
La detección de toxinas en el aire y la incertidumbre que rodea al vertedero de Zaldívar hacen crecer la alarma entre las cerca de 50.000 personas que habitan en sus alrededores
En torno a las cuatro y cuarto de la tarde del 6 de febrero, los servicios de emergencia recibieron el aviso de que una ladera se había derrumbado sobre la carretera AP-8 a la altura del kilómetro 75 con sentido San Sebastián. Se desconocía si había personas o vehículos bajo el manto de tierra, aunque en un primer momento se echó en falta hasta siete trabajadores de un vertedero que se había levantado en la zona y que, al parecer, era el foco del desastre. Dos fueron finalmente los desaparecidos, Joaquín Solaluce y Alberto Beltrán, cuyos cuerpos siguen sepultados bajo toneladas de escombros y residuos. La tragedia conmocionó a los vecinos de las poblaciones cercanas, que por entonces no podían saber que se iban a convertir en protagonistas del mayor accidente medioambiental al que se ha enfrentado el territorio .
La falta de información es de hecho el principal motivo de indignación de los ciudadanos, que reconocen su preocupación ante el goteo de noticias y rumores que llegan desde el vertedero. El primer escándalo estalló apenas horas después del derrumbe, cuando trascendió que entre los restos había grandes cantidades de amianto, un mineral que puede producir graves afecciones pulmonares a quienes la inhalan. Desde el sindicato Si.P.E de la Ertzaintza, Juan Carlos Saenz denunció en declaraciones a este periódico que los operarios encargados de las labores de rescate trabajaron durante horas sin que nadie les avisara de que el vertedero, regido por la empresa Verter Recycling, acogía este peligroso mineral. Un hecho del que era plenamente consciente la administración vasca, que arguyó que la prioridad era rescatar a los desaparecidos.
«Sobre las 23.30 del 6 de febrero el BZ (Babez Zibilia, la protección civil) confirmó que había amianto -explica uno de los rescatadores-. Sobre las 02.15 se nos dijo que nos fuésemos a la base a quitarnos todo ». Según esta fuente, los agentes del turno de noche tuvieron que desprenderse de su ropa y su armamento, pero los que habían trabajado por la tarde se marcharon a sus casas sin desinfectarse.
Entre la población, la verdadera alarma cundió hace ahora una semana, cuando el Gobierno autonómico recibió los resultados de los análisis del aire . Se supo entonces que el nivel de toxinas, concretamente de dioxinas y furanos, era entre 40 y 50 veces superior al habitual en la zona alcanzada por los humos que desprendía el vertedero. «Los índices normales son de 10 a 15 femtogramos, y los que había eran de 700» , confirman desde los servicios de emergencia. Los cerca de 50.000 habitantes que pueblan municipios como Ermua, Eibar, Elgueta y Zaldívar, que hasta ese momento habían hecho vida normal, recibieron entonces el aviso de que no era aconsejable hacer deporte al aire libre ni ventilar las casas. Habían pasado ocho días del derrumbe del vertedero.
«Indignados»
«Olía como a tubo de escape», recuerda Manuel Gil, vecino de Ermua, quien en los días posteriores al desastre podía ver la columna de humo desde su propio caserío. Si bien pudo ser peor -«porque Dios no quiso, porque ya ves los coches que pasan por la autopista»-, reconoce que la tragedia ha causado impacto entre los vecinos de la zona, en la frontera entre Vizcaya y Guipúzcoa. Muestra de ello es que las ventas de agua embotellada se dispararon , especialmente a raíz de que se detectara un aumento de amonio y químicos como níquel y selenio en los ríos que rodean Zaldívar. «El agua en muchas tiendas ha desaparecido. Dicen que se puede beber, pero la gente no se lo cree», apunta el ermuarra.
El temor también se percibía días atrás en los colegios. Los niños ni siquiera podían salir a jugar al patio a la hora del recreo por las recomendaciones del Gobierno de no realizar prácticas deportivas al aire libre. A las puertas del CEIP Zaldibar HLHI, pequeños con mascarillas marchaban esta semana de la mano de unos padres que no disimulaban su preocupación: «No les dejan salir al exterior, no se ventilan las clases -apunta uno de ellos-. Estamos un poco a disgusto, sí, porque no nos han informado claramente desde el principio lo que ha habido y en general todo Zaldívar está un poco indignado».
Son muchos los que advierten una caída de la «credibilidad » por parte de las instituciones, que pecaron a la hora de afirmar que la calidad del aire y del agua estaba en perfectas condiciones. «Hay falta de información, se crean dudas de si están tapando algo», sostiene Anton, otro vecino de Zaldívar. Poco se puede hacer al respecto: «Seguir las recomendaciones y estar un poco al loro», sostiene este zaldivaltarra, que percibe, sin embargo, una clara mejoría en el aire con el paso de las jornadas: «Igual nos estamos acostumbrando, pero se ve más limpio».
De hecho, los últimos análisis realizados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) revelan que los niveles de dioxinas y furanos han descendido, lo que ha permitido a la administración levantar la alerta sanitaria que pesaba sobre estas poblaciones. Aunque la sensación de calma es frágil, casi tanto como la estabilidad del vertedero, por el momento «no queda otra que aguantar», sentencia Anton.
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