Soria: un día donde el coronavirus campa a sus anchas
Sanitarios, músicos, bomberos, atletas, profesores o ancianos, entre otros, explican cómo sobreviven y las precauciones que toman en el lugar de España con más contagios en proporción
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Son las nueve de la mañana en Soria . Toño Palomar tiene el cuerpo cansado pero su cabeza trabaja a mil por hora. Es técnico sanitario de la única UVI móvil de la provincia y acaba de terminar un turno de trabajo de 24 horas. Antes de esto, su labor se basaba en salvar a vecinos de un ictus o un infarto, pero ahora todo es coronavirus . Se recoge con el run run de poder llevar consigo el «bicho» a casa con los suyos. «Siempre preocupa», admite Palomar, que sabe perfectamente contra lo que luchan en una provincia donde escasean los recursos sanitarios. «Esto es una guerra», dice sobre su día a día en una provincia donde el coronavirus campa a sus anchas.
A las diez , Eder García, concejal de Acción Social (PSOE), ya está a pleno rendimiento. Le espera una mañana de reuniones desde casa para coordinar la respuesta a la embestida del virus. En Soria se infecta más gente en proporción que en el epicentro de la epidemia, Madrid, con el agravante de que la población es más mayor. Se infecta una persona de cada 115, mientras que en Madrid se detecta un caso cada 186. A nivel nacional, de media, hay un caso de Covid-19 por cada 377 personas.
«Vamos a poner en marcha un plan para dar las ayudas de alimentación a menores a través de una cesta de la compra semanal, cuyo reparto se hará en el mercado municipal con cita previa para evitar el contacto y las colas. Así echamos una mano también al pequeño comercio. Las familias podrán ir a comprar, aunque no pagarán esa cesta de productos básicos», destaca el edil sobre una de las últimas medidas aprobadas. García añade que, sin embargo, intentan restablecer el sistema de atención a domicilio, «pero la gente tiene miedo y suelen rechazarlo si tienen una alternativa familiar o vecinal».
Sola con su marido en Valtajeros, un pueblo soriano de 25 habitantes, esta Nati Domínguez. Dice que pasa el tiempo cosiendo -ya lleva media docena de almohadas- y que no recuerda «un virus tan maligno» como este en sus 82 años. «Nací cuando la guerra, en el 37, pero anda que esto...», suspira la mujer, que espera visita a media mañana . «Es como mi hija», admite la anciana sobre Lali Cabriada, una mujer que habitualmente trabaja en el equipo de limpieza de la Mancomunidad de la comarca de Tierras Altas, pero que ahora ha tenido que reconvertirse.
Llamadas de apoyo
«Por la mañana me pongo con los pedidos de las cosas que necesitan los vecinos, se los llevo y luego ya por las tardes les llamo, a cuatro o cinco cada día, para ver cómo están, físicamente y de ánimo», desarrolla Cabriada. Tomás Cabezón, que es el presidente de la Mancomunidad y también diputado en el Congreso por el PP, destaca el trabajo en red entre su institución, los centros de acción social de la provincia y la parroquia de San Pedro, la mayor de la zona. «Desinfectamos los pueblos, hacemos la compra y llevamos las medicinas a los vecinos y les llamamos para charlar un rato con ellos». «Les digo que se muevan, que estén animados, que no salgan de casa y que lo desinfecten todo,», repite Cabriada. El virus no puede entrar en los pueblos.
Mientras tanto, a la una de la tarde , los ancianos que viven en las residencias de la capital tienen visita. «Al principio no sabían a qué íbamos, pero ahora hasta nos aplauden», reconoce Víctor Modrego, cabo de los Bomberos de Soria, que estos días tienen una nueva tarea: la desinfección de instalaciones, que acometen en patrullas durante sus días libres. «Tenemos la suerte de estar formados para responder ante emergencias con mercancías peligrosas y coincidió que teníamos parte del equipo de protección y podemos ir tirando».
Algo más desprevenidos pilló el virus a los maestros, aunque ya le han tomado el pulso. Nuria García es profesora en el Instituto Antonio Machado de la capital y ahora, dando las clases desde casa, comenta que el horario se ha extendido. Entre las lecciones que sube en vídeo a las plataformas online y los grupos de whatsapp que han organizado en el centro cuando se decretó el confinamiento, se apañan para avanzar materia y corregir los deberes. Sin embargo, la docente lamenta que las carencias en telecomunicaciones de la provincia provoquen que algunos alumnos, aquellos que viven en algunos pueblos, no puedan avanzar en igualdad de condiciones que otros compañeros: «Hay problemas con internet y con familias que no tienen los medios para que sus hijos reciban las clases online o no saben manejar las herramientas que se utilizan».
Entrenar bajo techo
Es la hora de comer y Marta Pérez, varias veces campeona de España de 1.500 y que este año tenía como objetivo ir a los Juegos Olímpicos de Tokio, ya ha acabado de entrenar dentro de casa. «Cada uno ha intentado buscarse la vida, comprar cintas o material, pero también ha sido complicado», resalta Pérez, quien admite que para los deportistas no es fácil entrenar sin un horizonte claro. «Te baja muchísimo la motivación, no es lo mismo entrenar con unos objetivos muy marcados que no saber cuándo vas a volver a competir», se sincera la atleta quien, como el resto de sus compañeros, no ha podido salir a la calle a correr desde que se impuso el encierro, aunque justo ese sea su trabajo.
A primera hora de la tarde , Nacho Barranco acude al único hospital de la provincia para ver a su abuela. Cayó enferma esta semana aunque no por coronavirus. Pudo ser atendida y está en una habitación totalmente separada de los infectados por Covid-19, pero sin embargo, tuvo problemas en el proceso de diagnóstico por el colapso sanitario. «No es que haya retrasos en los plazos, pero sí hay miedo de ir por los cauces normales. No sabes si debes ir a Urgencias con una persona de más de 80 años, si sólo tienes que llamar a los médicos...», duda Barranco, que todas las tardes acude a su cita porque, como explica, otros familiares no pueden al estar contagiados: «Aunque tengas síntomas, no sabes si lo tienes o no o si ya estás totalmente curado porque no te hacen el test».
«Llevamos muchos años pidiendo una mejora en la sanidad de Soria y hasta que no ha llegado una situación así no se han dado cuenta», denuncia Vanessa García, portavoz de la plataforma Soria ¡Ya!, que ha coordinado iniciativas para dotar de material sanitario al hospital y donde todas las tardes sus grupos de trabajo virtuales echan humo pensando más iniciativas: la última, una cacerolada contra la falta de medios.
Ya son las cinco de la tarde y, en la otra punta de la ciudad, José Ángel Sáinz coloca las partituras en el atril del salón de casa y desenfunda el clarinete. Es músico profesional y toca para la orquesta sinfónica de Suzhou, en China. Volvió a España por las vacaciones de año nuevo en el país asiático y lo último que esperaba era toparse con el virus en su tierra. «En China casi no vimos el problema, ya que vivo a mil kilómetros de Wuhan. Sólo en los últimos conciertos teníamos que ir con mascarilla y lo último que me imaginaba es que iba a pegar tan fuerte en Soria», admite el músico, que no puede regresar por el cierre de fronteras chino.
Preocupación y hermanamiento
Mientras el músico ensaya, Javier, agricultor vuelve del campo tras una jornada echando herbicidas. Pronto tocará seguir plantando patatas. Pese a que los supermercados venden como nunca, sostiene que «no hay demasiado agobio en el campo». Más preocupados están otros profesionales que se quedaron sin trabajo. Adrián García es camarero y, con humor, admite que tiene menos clientela en casa. Son las siete y no ha servido ni una cerveza, cuando otros días no para. Además, no sabe qué va a pasar cuando acabe el confinamiento, si va a haber o no trabajo y también cuál va a ser la actitud al volver a salir de casa: «En este sector es complicado, ¿cómo mides que no se junte mucha gente en un bar? ¿Quién lo controlará?».
Y si la gente no se puede juntar en el bar, tampoco en la parroquia. Toño Arroyo es el arcipreste de Tierras Altas y, como todos, tampoco puede salir de casa. Sin embargo se las ha ingeniado para hacer piña en San Pedro Manrique, el pueblo más grande de la comarca. Aprovechando los altavoces de la torre de la iglesia, a las ocho de la tarde y con el tradicional aplauso, comienza un ritual con el que da la bendición y pone música para los vecinos. «El objetivo es estar juntos, levantar el ánimo», cuenta el cura, quien, «como colofón» a la jornada, siempre pone la misma canción, «el Resistiré». Es sinónimo de que ya queda un día menos.
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