Margarita Salas o la pasión por un virus
Discípula de Severo Ochoa, la investigadora alumbró el desarrollo de la biología molecular en España y derribó barreras para el acceso de la mujer
Dedicó su vida a investigar el virus phi29 y patentó una herramienta para estudiar el ADN que hoy aún es la más rentable que ha presentado el CSIC
La vida de Margarita Salas estuvo siempre unida a un ser diminuto, un virus llamado Phi29 que infecta a las bacterias . Dedicó toda su carrera científica a desentrañar sus secretos. Fue una búsqueda por el puro conocimiento, quizá simplemente porque «se enamoró de un virus», como solía contar cuando se le preguntaba. Pero ese amor no fue desinteresado. Gracias a su pasión hoy se cuenta con una herramienta clave que se utiliza en todo el mundo y permite ampliar el ADN de manera sencilla, rápida y fiable. Es útil en campos tan diferentes como la medicina forense, la oncología o la arqueología entre otras muchas áreas. Por ejemplo, cuando se tienen cantidades pequeñas de ADN, como un pelo hallado en un crimen o unos restos arqueológicos, su tecnología de ADN polimerasa amplifica millones de vces el ADN para poder ser analizado.
Hoy esta tecnología es la patente más rentable del Consejo Superior de Investigaciones Científicas , la institución en donde hasta hace poco más de un mes siguió investigando de forma infatigable. Solo entre 2003 y 2009 representó más de la mitad de los derechos de autor de la institución. Ella siempre defendía la ciencia básica, investigar por el placer de hacerlo, pero también demostró que ese apoyo podría tener grandes réditos.
Margarita Salas (Canero, Asturias 1938) estaba a punto de cumplir los 81 años cuando falleció ayer en Madrid por las complicaciones de una enfermedad digestiva . Hasta un mes antes estuvo trabajando en su laboratorio, siempre vinculado a su virus Phi29.
En su muerte se le recuerda como una de las grandes científicas españolas del siglo XX, la mujer que inspiró a otras a encaminarse hacia una carrera científica, o como la «madre» de la Biología Molecular en España. Pero sus comienzos y su trabajo no fueron fáciles.
Severo Ochoa nunca la discriminó
Salas se doctoró en bioquímica en 1963 por la Universidad Complutense de Madrid, en un momento en el que en España se pensaba que las mujeres no estaban capacitadas para hacer en investigación, confesaba a ABC en una entrevista reciente con motivo de los 40 años de la Constitución Española. Esa fue la razón que le llevó a cruzar el océano Atlántico y buscar refugio en el laboratorio del científico Severo Ochoa en Nueva York.
A partir de ese momento, el nombre de Salas quedó ligado de por vida al Nobel español . «Fue una experiencia fascinante», recuerda. En aquellos años tan difíciles para la ciencia en España, y más para una mujer dedicada a la investigación, Ochoa trató a Margarita Salas como un científico, no como una mujer dedicada a la ciencia. «Él nunca me discriminó» , contaba. Llegó a Nueva York con su marido Eladio Viñuela, también investigador. Y Ochoa les puso a trabajar en grupos de investigación diferentes. «Decía que era para que aprendiéramos inglés, pero lógicamente su intención era que desarrolláramos nuestro trabajo de forma independiente». Y así sucedió. Ambos destacaron en sus campos y ninguno se hizo sombra.
La discípula aventajada de Severo Ochoa aprendió de su mentor que en ciencia había que ser riguroso, exigente hasta la extenuación. También que había que luchar para que despegara la ciencia y la tecnología en España. No valía «el que inventen ellos». Ese ímpetu le llevó a Salas a fundar el primer grupo de investigación en genética molecular del país en 1967, en el CSIC. Esa unidad se convirtió en un semillero de los científicos con más trayectoria internacional . Como la directora del CNIO, María Blasco, el catedrático de Bioquímica Carlos López Otín (Universidad de Oviedo), Marisol Soengas (CNIO, Luis Serrano (Centro de Regulación Genómica), Manuel Serrano (IRB) o el neurobiólogo Jesús Ávila, su primer discípulo.
Ávila recuerda cómo empezó aquel laboratorio. «Al principio, éramos Margarita y yo. Entonces era un becario desastroso y ella me enseñó la pasión por la Biología Molecular y a buscar nuevos horizontes. Con paciencia, rigor y perfección me fue mostrando el camino. Esas cualidades son las que le han permitido formar una cadena de grandes científicos que inició Severo Ochoa como si fuera una cadena de eslabones».
La espinita del Princesa de Asturias
Salas ha recogido en su larga trayectoria profesional numerosos premios internacionales y nacionales, así como distinciones académicas. Era miembro de la Real Academia Española, donde ocupó el sillón «i» y de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Incluso recibió el marquesado de Canero, otorgado por el Rey Don Juan Carlos, en reconocimiento por su labor investigadora. Sin embargo, la asturiana Margarita Salas nunca consiguió el premio Princesa de Asturias. «Era una espinita que tenía clavada en su corazón», recuerda Jesús Ávila que estuvo hablando con ella casi hasta su fallecimiento. «Siempre me chocó que dos científicos tan potentes como Severo Ochoa y Margarita Salas, que además eran asturianos, no recibieran este galardón», lamenta. Ahora el espíritu de Salas perdurará en sus discípulos.
Noticias relacionadas