Huelga feminista del 8 de marzo
«Feminismo, familia y conciliación», por Ainhoa Uribe
«La huelga feminista convocada es una huelga política que impone un determinado modelo de mujer», opina la vicedecana de la Facultad de Derecho de la Universidad CEU San Pablo
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El feminismo es la ideología que defiende los derechos de las mujeres y que aboga por la igualdad entre hombres y mujeres, independientemente de su raza, condición social, económica, religión u otro tipo de circunstancias. Partiendo de esta simple definición, es muy probable que muchos lectores, hombres y mujeres, se consideren a sí mismos feministas . Sin embargo, puede que muchos hayan optado por no realizar un paro, total o parcial hoy. La razón es muy sencilla: partiendo de la lógica y legítima defensa de la igualdad, la huelga feminista convocada es una huelga política que impone un determinado modelo de mujer. «El manifiesto 8-M» reivindica una sociedad libre de opresiones, explotación y violencias machistas, una sociedad con igualdad salarial en la que la mujer no sea el pilar sobre el que pivote el cuidado doméstico de los niños o los mayores.
Hasta aquí todo meridianamente normal. Pero la plataforma va más allá. Su proyecto ideológico busca incluso -y cito literalmente- «la despatologización de nuestras vidas, nuestras emociones, nuestras circunstancias», basándose en que «la medicalización responde a intereses de grandes empresas , no a nuestra salud», o defiende también el «derecho a una educación pública, laica y feminista». Es decir, se ideologiza la defensa de la igualdad, negando la posibilidad de ser, por ejemplo, una mujer feminista, católica, que lleve a sus hijos a un colegio concertado o privado. La imposición de modelos nunca es sinónimo de libertad, sino justo lo contrario. Imponer un modelo de mujer es negar otros modelos posibles.
No se puede negar que existen dificultades para las mujeres. Por ejemplo, el reparto de las tareas domésticas determina una diferente disposición hacia el mercado laboral, tanto por parte de las mujeres como de los hombres. Ello condiciona, a su vez, la demanda y la oferta de trabajo desde una perspectiva de género. Las mujeres ocupan así más empleos a media jornada que los hombres. A eso se suma lo que los expertos llaman «el fin del tiempo de trabajo». Es decir, las jornadas laborales actuales exigen mucho más tiempo del oficialmente delimitado.
Se pide al trabajador que sea flexible -ya sea vía mail, teléfono o físicamente-, pero no son muchas las mujeres que pueden dar esa disponibilidad a las empresas. Las fronteras entre hombres y mujeres se mantienen en lo laboral porque se mantienen en lo doméstico. Ahí es donde hay que comenzar a trabajar. A largo plazo, en la educación por la conciliación, en la corresponsabilidad del cuidado del hogar, de los hijos, mayores o dependientes a cargo de la unidad familiar.
A corto plazo, también hay soluciones posibles: medidas laborales como la flexibilización de los horarios pueden coadyuvar a mejorar la situación actual de la mujer española y a mejorar nuestra vida familiar en su conjunto. Busquemos, por tanto, alcanzar un gran pacto nacional de racionalización de los horarios. Un reloj más feminista y familiar.
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* Ainhoa Uribe Otalora es vicedecana de la Facultad de Derecho y Profesora Titular de Ciencia Política de la Universidad CEU San Pablo.
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