Nadal devuelte una pelota durante el partido./Patrick Kovarik (AFP)
Justo antes de que comience el primer punto del encuentro, el público hace la ola. La grada se anima antes de ver a un jugador que tiene en mente ser el más grande de la historia en tierras parisinas en una jornada en la que ha desaparecido la manga corta. El calor que tanto le gusta a Rafa Nadal en París se ha transformado en un fresquito y una humedad que hace que las bolas se pongan más pesadas y que los puntos se alarguen. Ese aspecto favorece a David Ferrer y Nicolás Almagro, que arrollan a sus rivales en los primeros encuentros de la mañana. Y ese hecho no trastoca lo más mínimo los planes de Nadal, que consigue 17 juegos seguidos ante Juan Mónaco en un choque en el que estuvo muy cerca de la perfección.
Ante un rival que le conoce como a su propia sombra, con el que pasa largas tardes jugando a la consola, Nadal ofrece su mejor versión en París y reduce a su oponente a dos juegos. Una auténtica barbaridad. Pero la ecuación es sencilla. Como siempre, cuanto mejor es su rival y más avanzado está el torneo, mejor es su juego. Así lleva toda la vida. Y así continúa arrasando a sus rivales, uno tras otro, en Roland Garros.
Después de una hora y 46 minutos, y de un 6-2, 6-0 y 6-0, Nadal volvió a meterse en cuartos de final, donde se medirá a Nicolás Almagro. Mónaco comenzó el encuentro sin miedo. En los primeros juegos del choque tiró con su derecha y apretó con su revés. Estaba jugando suelto, sin temores. Hacía lo que tenía que hacer. Pero en el quinto juego del primer set se le apagó la luz. En ese momento Nadal rompió el servicio del argentino y a partir de ese momento la máquina comenzó a carburar.
Uno tras otro, los juegos fueron cayendo para Nadal sin que el sudamercano fuese capaz hacerle frente en el set. De ese modo, consiguió cinco juegos seguidos y cerró la primera manga. Y así, con otros seis juegos consecutivos, acabó la segunda. Era un paseo. Mejor dicho, un recital del manacorense, que dominaba metido en la pista. Daba igual que sacase o restase. Y si encima devolvía todo lo que le tiraba su amigo y contrarretaba a la perfección los golpes ganadores de Mónaco, la desesperación que vivía su amigo y rival este lunes era comprensible.
No varió mucho el encuentro en el tercer acto. Nadal seguía a lo suyo, sin relajarse un ápice. Ante el atasco mental que sufría Mónaco, la sangría de puntos y juegos a su favor no hizo otra cosa que incrementarse. Sin ningún tipo de compasión, Rafa Nadal consiguió su decimoséptimo juego seguido y selló su pase a la siguiente ronda.
