Dolido. Ilusionado. Maduro. Sincero. Descontento. Más allá de la calma que transmiten la mayoría de los porteros, Armando es como un cristal que refleja contínuos estados de ánimo. Ocho años en el club le han bastado al menos para que su palabra sea digna de ser escuchada con gran atención. Ayer compareció en rueda de prensa, «que ya no me llamaban desde la derrota ante el Zaragoza. Siempre hablo cuando perdemos y nunca cuando las cosas van bien». Algunas veces se tiene que morder la lengua y, aunque dice verdades como templos, sus silencios y expresiones expresan más que cien mil discursos futbolísticos.