EDITORIAL

Vigo: a un paso de la catástrofe

La seguridad de las grandes concentraciones de personas debe ser una prioridad absoluta para evitar siniestros tan graves como el ocurrido en la ciudad pontevedresa

Numerosos heridos tras hundirse un muelle en Vigo ABC

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Solo la fortuna evitó que el desplome de parte del paseo marítimo -atestado de personas, en el festival de cultura urbana «O Marisquiño», que se celebraba en Vigo- se convirtiera en una de las peores tragedias colectivas que se recuerdan. Más de trescientos heridos señalan la gravedad del suceso, que provocó las lógicas escenas de pánico al abrirse el suelo bajo los pies de los asistentes, que fueron cayendo unos sobre otros al amasijo de maderas y cemento que se vino abajo. Algunos, incluso se precipitaron al mar. La investigación del accidente -la zona afectada se encuentra bajo precinto judicial para que la examinen los peritos- determinará si la causa del siniestro estuvo en el estado de conservación de esa parte del paseo, merced a las varias disputas habidas centradas en si la competencia es del Ayuntamiento vigués o de la Autoridad Portuaria; en el elevado número de personas que seguían el concierto en esa zona o bien en ambas cuestiones.

Por lo pronto, y en pleno peloteo de la responsabilidad entre el Puerto y el Consistorio, el encargado del mantenimiento de la pasarela es el Ayuntamiento en virtud de un convenio de 1992. Hace solo cinco días el PP local alertaba del deterioro de la dársena, sin que el equipo de gobierno que encabeza el socialista Abel Caballero se diera por enterado. Caballero es un especialista en derivar responsabilidades, como se vio el año pasado en los desprendimientos en una grada de Balaidos. Lo cierto es que el domingo algo falló y que la seguridad no se garantizó si nos atenemos a que no hubo ninguna circunstancia climatológica o causa sobrevenida que motivase el colapso de la estructura .

España vive un aluvión de festivales . Está bien que así sea, pues la oferta de ocio complementa su interés turístico como destino vacacional, con el consiguiente beneficio para promotores, artistas y Ayuntamientos, que ceden espacios públicos para los eventos. Pero este despliegue tiene que venir acompañado de un esfuerzo suplementario en materia de seguridad, acorde con la masa de personas que mueven estos eventos. Seguramente, una pasarela de madera levantada hace un cuarto de siglo, como la de Vigo, calculada para el apacible paseo simultáneo de unas decenas de personas, no es el lugar ideal para acoger a miles de personas dispuestas a seguir al unísono el ritmo de la música.

La tragedia del Madrid Arena y las cinco vidas que allí se perdieron debió marcar un antes y un después en las normas de seguridad que deben regular estas concentraciones. Es cierto que se han hecho muchos esfuerzos en limitar aforos y vigilar más cuidadosamente las condiciones en las que se celebran los festivales. Si eso se hace correctamente evitaríamos sobresaltos como el de Vigo y disputas sobre quién es el responsable de algo que, seguramente, se pudo evitar.

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