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Sábado, 24 de junio de 2006
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La estética de fumar
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A lo largo de los años, la sociedad ha ido modificando su concepto del fumador y del tabaco. En el siglo pasado, que puede sonar muy lejano pero que fue hace seis años, aún se permitía fumar en los aviones, y hace unas pocas decenas de años, los médicos nos recibían en sus consultas con un cigarrillo en los labios. Entonces el tabaco aún se anunciaba y no había ley que lo prohibiera ni cajetilla que lo estigmatizara, pero determinados usos estaban mal vistos.

Desde que se aprobó la ley antitabaco hace seis meses ha vuelto a cambiar la estética de fumar. Se admite que es un hábito insano pero tolerable cuando se fuma en compañía de otros, como acto social, y se considera una adicción cuando altera la cotidianidad y la necesidad de fumar obliga a dejar lo que se hace o a la gente con la que se esté. El primer supuesto lo ha logrado la ley que sólo permite fumar en la calle y nunca en lugares públicos, salvo en bares y restaurantes. En dichos establecimientos es posible degustar un manjar, paladear un buen tinto o fumar, lo que da al encuentro un punto de hedonismo al que el tabaco contribuye.

Antes de la ley, en casi todos los sitios, incluidos bares y restaurantes, se permitía fumar. Fumar mientras se comía o bebía no añadía como ahora el placer de hacerlo en los únicos lugares donde nadie puede denunciar ni quejarse. No sé porqué me da que este oasis para los fumadores durará poco y que el siguiente paso será endurecer la ley, como ya ocurre en otros países que empezaron como aquí y que ya no permiten fumar en ningún lugar público. La estética de fumar cambiará entonces de nuevo y, supongo, se fomentarán los encuentros al aire libre y las excursiones al campo y a la montaña, lugares muy sanos donde cada uno se podrá echar a los pulmones el humo que le plazca.

Creo que ser un fumador social y sólo acordarse de un pitillo de cena en cena es un placer que no debe estar prohibido porque no es un exceso. Yo dejé de fumar el día de la boda de Felipe de Borbón con Letizia Ortiz. El empacho de Almudena, con esos frescos incalificables e inclasificables, y esa lluvia pertinaz, cambiaron mi concepto de la estética. Eso y que ni a mí me parecía ya agradable tal atracón de ducados. Si yo hubiera sido fumadora social no habría dejado nunca el tabaco y hoy, gracias a la ley, tendría mi punto de inconformista. Creo que tanto acoso al fumador puede acabar produciendo un efecto contrario al que se pretende, porque como todo lo prohibido, el tabaco tiene ahora la apariencia de ir contra el sistema, de rebeldía.

Las campañas antitabaco y las leyes de Estados Unidos y Europa, han modificado también la estética en el cine. Hoy ningún actor aparece fumando en una película aunque el personaje lo requiera. Puede salir asesinando salvajemente a un centenar de personas, fabricando una bomba o echando a arder la selva del Amazonas, pero de tabaco nada de nada. No me imagino al Rick de «Casablanca» sin ese eterno pitillo entre los dedos. Así como un actor no es un anoréxico cuando pierde veinte kilos para interpretar un papel, tampoco tiene que ser fumador si aparece inhalando el humo de un cigarro en una escena. Si se permiten asesinos, esqueletos andantes o pirómanos en el cine porque no incitan al desmadre, no entiendo que la ley no presuponga en el espectador las mismas luces cuando contempla a un actor fumando en una película.



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