La agenda del presidente que distribuyó la Casa Blanca le situaba en una videoconferencia entre Bagdad y Camp David. Lo que no esperaba ni su propio Gabinete era que George W. Bush apareciera sentado en el extremo iraquí de la conexión. El segundo viaje sorpresa de Bush al país del Pérsico se preparó con tanto secreto que no lo sabía ni la CIA, y estuvo aparcado a la espera de que el primer ministro, Nuri Kamal al Maliki, completase su Gobierno. Sólo el vicepresidente, Dick Cheney; el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld; y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice; junto a tres altos funcionarios de la Casa Blanca sin identificar, compartían el secreto.
Todos disimularon cuando Bush se excusó de la mesa en la que cenaba el pasado lunes con todo su Gabinete para retirarse a leer y aprovechar «una buena noche de sueño» porque estaba «perdiendo altura», bromeó.
Tapadera
La cumbre de Camp David resultó ser una mascarada para tapar la salida del presidente, como su rancho de Crawford hizo de coartada en su primera visita a Irak por el Día de Acción de Gracias de 2003. Pero eso no quiere decir que Bush estuviese mintiendo. El vuelo de 11 horas le daría tiempo para descansar en la suite presidencial del Air Force One. Para llegar hasta la base de Andrew, no utilizó el conocido helicóptero de máxima seguridad llamado Marine One, que muchos en Washington distinguen desde el aire, sino que optó por enfrascarse una gorra de béisbol y subirse a un aparato vulgar.
La parte más débil de la cadena de secreto jurado era, para los servicios secretos, el cuerpo de prensa. Los periodistas seleccionados fueron llamados a sus móviles horas antes y se les exigió que ni siquiera se lo comunicasen a sus esposas. El punto de encuentro fue un hotel de Washington D. C., donde se les confiscaron los ordenadores portátiles, móviles y todo lo que sirviera para comunicarse.
Fue el propio Bush el que anunció su presencia por megafonía antes del despegue: «¿Potus está a bordo!», dijo en referencia al acrónimo de President Of The United States con que la Casa Blanca le identifica en comunicados internos.
La llegada a Bagdad no pudo ser más aterradora. El Air Force One prácticamente se detuvo en el aire y descendió en espiral para eludir un posible ataque con misiles. A esas alturas el primer ministro iraquí todavía no sabía quién era el «importante personaje» con el que había de encontrarse en la Embajada que EE UU tiene en el suntuoso Palacio Republicano de Bagdad. Su presencia se le anunció apenas cinco minutos antes de que Bush le tendiese la mano.
Cinco horas
La estancia del inquilino de la Casa Blanca en tierras iraquíes se redujo a apenas cinco horas, lo justo para dar un golpe de efecto con el que subir la moral a las tropas, renovar su compromiso con la democracia iraquí e intentar dar la vuelta a las encuestas que se publican en Estados Unidos, donde la muerte de Al Zarqaui no ha detenido su caída -CBS le da dos puntos menos que el mes pasado-.
«He venido no sólo a mirarte a los ojos», le dijo al jefe del Gobierno iraquí, frente a sus flamantes ministros, «sino a decirte que cuando Estados Unidos da su palabra, la mantiene», prometió. Y ante unos 800 soldados y civiles indicó que Washington seguirá a «la ofensiva» para capturar a otros terroristas como Al Zarqaui.
Pero la propuesta para unificar el país árabe se limitará, sin embargo, a crear un fondo nacional con los beneficios del petróleo para proyectos nacionales, pese a que los iraquíes siguen haciendo colas en las gasolineras y el suministro eléctrico es irregular.