«Hay que recordarles a los padres su papel de padres, no de amigos ni colegas, sino de educadores». Ese es el objetivo que se ha propuesto conseguir Nicolás Corchero, jefe de estudios del IES Bahía de Cádiz. Como el resto de sus compañeros de profesión, se duele de la pérdida de autoridad que el colectivo de padres y profesores sufre al vivir en la actualidad «en una dictadura de los jóvenes, tanto en casa como en el colegio».
Desde que hace cuatro años este instituto gaditano pusiese en marcha su Escuela de padres y madres su fin fue el de consensuar las normas y los límites que se imponen a los menores en el colegio y en casa. No hay nada peor para ellos que la contradicción. Y es que como recuerda Nicolás, «padres y profesores estamos en el mismo equipo», por lo que habría que evitar «actitudes de condescendencia, relajación y permisividad» que algunos padres manifiestan cuando se les informa que sus hijos han hecho algo malo. «Hay familias que no ponen límites en casa y pretenden que los pongamos aquí y ellos nunca deberían convertirse en objetores de conciencia de la educación de sus hijos», sostiene el jefe de estudios.
Nicolás Corchero destaca que, aunque hay un buen grupo de padres interesados en acudir a estas escuelas para lograr aprender a educar, «de más de mil alumnos que tenemos, sólo acuden una treintena de padres», al tiempo que se queja de la dificultad de «encontrar progenitores serios y con autoridad», frente a una gran avalancha de padres «a los que hay que recordarles la gravedad de los hechos de sus hijos».
Entre los aún pocos padres que aprovechan estas iniciativas para aprender a tratar a sus hijos se encuentran Maite López, que tiene dos hijos de doce y ocho años, y Elena Sánchez, con una de ocho. Saben que lo que allí se aprende no es magia. «Es difícil establecer normas con tu pareja como para unificar criterios con el colegio», reconoce Maite. Además, «hay familias que siempre tapan o justifican todo lo que hacen sus hijos», apunta Inés.
«Lo saben todo»
No es el caso de Raquel. Es consciente de que su hija se porta mejor en el colegio que en casa. «Con ocho años se cree que lo sabe todo, incluso más que yo. Mi generación se comportaba así con quince años. Ahora su preadolescencia llega antes», opina. En las charlas les han enseñado a aplicar la estrategia respirar antes de chillar. «Cuando me enfado y, antes de gritar, intento contar hasta diez y la niña me dice: ¿¿estás haciendo lo que te enseñan en la escuela?!». «Lo saben todo», apostilla.
Acudir a la escuela de padres les hace sentir que tienen ventaja con respecto a sus parejas. «Les puedes rebatir con el argumento: pues la psicóloga aconseja...». Aunque a veces contestan: «Tenía que estar en casa con éstos para ver si decía lo mismo», bromean. Al principio, ellas también tenían sus reticencias. «Cuando empezaron las clases teníamos la sensación de que la teoría era muy bonita, pero difícil de poner en práctica», cuenta Maite. «Le decíamos a la profesora: eso lo dices porque no tienes hijos», recuerdan.
Ahora valoran mucho lo que han aprendido. «Te das cuenta de que a todos nos pasan cosas parecidas y de que no eres tan diferente a los demás».