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Lunes, 15 de mayo de 2006
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MIRADAS AL ALMA
el sentir estremecido
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La Feria de Jerez sigue siendo un lujo para los sentidos, explosión de luz y color que te recupera todo aquello que permanece adormecido en el recuerdo. De alguna misteriosa manera, cuando paseo por el Real siento que parte de mí no está allí. Uno siente flotar sus pies en juergas pasadas, de luna nueva sin hora donde se brindaba con el vino de la tierra por el arte vivido tras una gran tarde de toros. Tarde de lances desmayados por un capote de vueltas azules que emborrachaban los tendidos. Exaltación del paulismo donde el toreo puro inundaba los momentos que hoy rebosan en el recuerdo. Brindar por el arte sigue siendo una agradable sensación, una sinfonía de música callada, como dijo Bergamín, que se escucha con el corazón, porque sólo lo que nos pellizca en el corazón logra permanecer inmortal en el alma.

Las golondrinas de la plaza de toros siguen jugueteando en el aire de la honda melancolía. En el silencio sepulcral del atardecer, sus vuelos y su cantar nos recuperan el cabalgar de Álvaro Domecq y Díez, quien supo como nadie embellecer el galopar que hoy en el cielo riega un azul mar. Entre tanto éxito mostrado en la tarde de rejoneo, lo que me llegó y estremeció fue el silencioso y emotivo brindis de Antonio Domecq mirando a un cielo entre el revuelo y el vuelo de las golondrinas que añoraban a su abuelo.

La feria me trae alguna noche lejana y a la vez cercana donde la hermosura de la mujer gitana me ponía los vellos de punta ante el escalofrío de una dulce mirada. Hoy veo esa belleza en un cielo plagado de colores que invitan a la imaginación. El pensamiento sigue cabalgando rítmico y acompasado al igual que los corceles que adornan el Real. Raza, fuerza y sangre que pisan con garbo y solera recuerdos del compás de espera. Espera que en el arte se hace necesaria reflexión por todo aquello que bebió en el pozo de la inspiración. La feria ahonda en todo lo sentido, te hace vivir el ahora y revivir el ayer con la viveza de una nueva ilusión. Así uno vive esta feria, donde el cuerpo está y el pensamiento se pierde gustoso en el jardín de flores marchitadas que en mayo vuelven a aflorar con el color y la frescura de la primavera. Mayo, con lo que es y lo que fue, con el pisar del cuerpo y el navegar del alma. Con un estremecedor escalofrío que la piel siente al recordar con calma el revivir lo vivido.



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