Eso lo dijo Descartes, y no se tuvo que estrujá mucho el cerebro, aunque el suyo fuera uno de esos privilegiados a lo largo de la historia.
No voy a entrar a valorar con nadie sus divagaciones sobre el hombre y su existencia. Sólo digo que después de una semana actuando como un autómata, ayer caí en la cuenta de que soy quien soy, una vez alguien me dijo: «Quillo, esto se ha terminao».
Que alegría me dio el joío. Creo que hace tiempo, mucho tiempo, que nadie me daba una noticia de tales dimensiones en un día como un domingo de Feria. Reaccioné de tal manera que después del trabajo me fui cagando leches para la redacción, pensando que era el último día y que había que aprovecharlo hasta el último suspiro. Que la Feria es un desgaste monumental, que sí, que te gastas unas pelas de aupa, que también, pero mientras dure la fiesta...
Bueno, lo dicho. Que uno ha vuelto a poner los pies en la tierra y piensa en su existencia -física, porque la otra me va a costar más trabajo-, de que es un ser humano y que desde hoy todo vuelve a la normalidad.
Las cañitas en los sitios habituales, los Río Viejo en otro, el desayuno en el Fili, el trasiego por la calle Larga, un librito en casa. Vamos que desde mi encuentro el pasado fin de semana con un objeto volador no identificado, tengo la sensación de haber sido abducido por el tripulante de aquella extraña nave. Que el planeta en el que he vivido durante una semana, llamado González Hontoria, es la leche, y que si sales aunque sea un ratito, se vuelve porque se tiene que volver.