El primer ministro británico, Tony Blair, señaló ayer su voluntad de estabilizar el Gabinete y de darle la más larga duración posible en una reajuste profundo tras un par de semanas de asedio a algunos de sus ministros y unos malos resultados en las elecciones municipales parciales que se celebraron en Inglaterra el jueves.
No hay signo de cambios de dirección política. Sobre la cuestión europea, Blair mueve al joven Douglas Alexander, hasta ahora encargado de la Secretaria de Estado al Ministerio de Transportes y coloca en Europa a Geoff Hoon, hasta ahora responsable de relaciones con la Cámara de los Comunes y antes titular de Defensa en el inicio de la guerra en Irak.
El primer ministro ofrece el signo de no considerar que la UE le va a exigir grandes planes inmediatos tras concluir su presidencia. Mueve al joven Alexander, aliado de Gordon Brown, a una cartera más acorde con su trayectoria profesional y coloca en la Secretaria de Estado a un hombre aparentemente sin brillo, pero no distinguido ni por su euroescepticismo ni por su falta de lealtad al líder.
En Economía, Gordon Brown queda al mando del timón y no hay movimientos o gestos que permitan pensar que el canciller del Tesoro, y de la atormentada ambición, ha perdido o ganado poder en el Gobierno. Blair señala, sin embargo, de forma nítida, que cuando dijo que se retiraría al final de este mandato -en vísperas de someterse a una operación quirúrgica leve del corazón- decía lo cierto y que, cuando manifestó, durante las elecciones del pasado año, que quería servir un completo mandato, lo decía en serio también.
El Gobierno laborista y el fin de la era Blair parecen tener a partir de ayer una mayor claridad. Las relaciones tortuosas entre Blair y Brown han frustrado la posibilidad de un acuerdo nítido sobre el relevo del primer ministro por su más íntimo colaborador desde hace cerca de veinte años. No hay pacto, no hay fecha, ni tiempo calculado para la transición.
Porque Blair quiere durar y parece creer -sus críticos le reprochan que piense en sí mismo en vez de poner en primer lugar el nombre sagrado del partido- que la mejor manera de hacerlo es cumplir con su mandato, que Brown gestione en los tres próximos años las disensiones crecientes sobre su política macroeconómica y la intendencia del Tesoro, y que al final se libre todo en una batalla entre su sucesor y el nuevo líder conservador, David Cameron.
El ajuste gubernamental de ayer da esa sensación de que Blair quiere durar porque, en el pasado, sus remodelaciones han sido toqueteos furtivos en las sillas del Gabinete, a veces impuestos por la debacle de algún ministro. Esta vez, Blair tenía tres debacles y ha aprovechado la oportunidad para formar un Gabinete que contenga el deterioro a corto plazo y siga luciendo como un Gobierno suyo.
La caída más sonora es la del grueso, Charles Clarke, el matemático de la Universidad de Cambridge, que se hizo muy izquierdista y luego adoptó el aire del duro en las batallas reformistas del laborismo. Absoluto defensor de Blair y peso pesado del partido y del Gabinete, estaba agobiado por el descubrimiento de una trama burocrática caótica sobre emigrantes requeridos para ser deportados pero que acabaron en libertad.
Estaba convencido de su capacidad para resolver el problema, pero ayer reconoció que había perdido la causa: «Creo que el primer ministro piensa que la situación mediática creada en los últimos días complicaba mucho las cosas». Blair le ofreció otro puesto pero Clarke prefirió volver a los escaños a purgar las penas.
Un animal sagrado
Quizás había rencor por parte de Blair ante las noticias de que Clarke le ocultó algún dato durante la crisis. ¿Qué datos ocultó Jack Straw a Blair para que le rebajen de la posición glamurosa de ministro de Asuntos Exteriores a la sedentaria y doméstica de líder de los Comunes, encargado de las relaciones del Gobierno con el Parlamento? ¿Quién sabe?
Otros cambios en el Gabinete son también importantes. Si Charles Clarke era el aliado político en dificultades, John Precott era el personaje de guiñol en la comedia de porrazos de la política británica. Había posado durante días sin calzones y a lo loco, vivía el socialismo y el sexo con las secretarias, y ya en los comicios municipales del jueves, con su mujer Pauline. En las fotos, Prescott camina con un aire de enojo muy suyo, como si el mundo, especialmente la prensa, le estuviera amargando su plan de mejorarnos a todos. El honor de Precott es salvado. Mantiene su cargo aunque pierde todas las competencias administrativas que tenía. Queda en el Gabinete como un totem, una especie de animal sagrado que representa la pura esencia e ideal del viejo laborismo, sus calzoncillos de oro.
Cameron construye
Los beneficiarios de su adelgazamiento burocrático son David Miliband, el chico fino de la generación posblairista y Ruth Kelly, que pierde el Departamento de Educación. ¿Cómo podía Prescott resistir ahora la rendición de sus competencias a una joven madre de familia que es del Opus Dei?
Patricia Hewitt, que no es del Opus Dei pero merecería serlo, no pierde sin embargo su cartera de Sanidad, la tercera que tambaleaba en el Gabinete. Los abucheos de enfermeras han sido olvidados y Blair confía en ella para resolver el dilema causado por las quejas a pesar de que el Gobierno ha gastado tanto en Sanidad.
Las elecciones municipales del jueves han sido un estímulo para el reajuste, que Blair tenía pensado para el principio de la semana. La bola mediática sobre los malos resultados descendía imparable por la pendiente y Blair ha querido que pierda su fuerza con un Gobierno nuevo.
La intriga sobre quién va a dónde y la factura final del Gabinete sirvieron ayer mismo para tapar la noticia de los malos resultados. El Gobierno tiene reformas importantes en Educación y Sanidad, decisiones sobre energía nuclear, la cuestión de Irak.
La oposición conservadora explicó ayer con optimismo que «allí donde el laborismo colapsa nosotros construimos». Las palabras de David Cameron son correctas y adecuadas para su situación. Pero los resultados no son excelentes para los conservadores ni catastróficos para los laboristas. Le queda mucho por hacer y desde hoy aún con la intriga sobre si finalmente habrá o no habrá relevo de Blair por Brown antes de 2009.