Me gusta conducir. Y mucho. En coche o, mejor aún, en moto. Disfruto con la sensación de libertad, con la velocidad, con las curvas, con el paisaje. Pero cada vez tengo más miedo. Cada día que me pongo en carretera pienso que llevo un boleto para un sorteo. Participo en la lotería que cada día señala a diez personas, según las estadísticas de la DGT. Diez hombres, mujeres o niños que pierden la vida en la carreteras españolas cada día. Tres mil seiscientas cincuenta víctimas cada año. Vaya sangría. Un terrible guarismo que parecemos aceptar como inevitable.
Y no olvidemos otro drama, el de los heridos, cuyas vidas a menudo cambian para siempre. Nunca me toca nada en ningún sorteo; también es cierto que juego poco. Pero en esta lotería sí que juego. Casi todos los días. Por trabajo o por ocio, nos hemos acostumbrado y acomodado al coche. La nuestra es la cultura del turismo. En cada casa hay uno, dos, tres coches... Que no falte ni gloria a la familia. Para el padre, la madre, el hijo, la hija. Todos vehiculizados, permítame el palabro. Está muy bien esto del coche. Te da independencia, libertad, chulería. Es muy útil. Uno de los grandes inventos del siglo pasado. Eso nadie lo discute. Pasó de ser un bien exclusivo, solo para los más pudientes, a ser un bien casi imprescindible al alcance de cualquiera. Tan bueno es el invento que ha conseguido casi esclavizarnos. Nos hemos olvidado de pasear. Ahora hasta para comprar el pan a la vuelta de la esquina nos montamos en el coche. Sí, ha sido un gran invento. Pero también lo hemos convertido en una de las armas más mortíferas que existen. Y la licencia te la dan con 18 años. Sin examen psicológico de por medio. Andalucía ha sido líder esta pasada semana Santa. Con 17 víctimas mortales ha sido la comunidad autónoma española con mayor tasa de mortalidad en la carretera. Acertó la DGT. Bueno, más bien se quedó corta. Aunque 108 muertos en lugar de 105 es un desliz insignificante, verdad? Que se lo digan a los familiares de esas 3 víctimas más. Cuando ponemos nombre y apellidos, cuando conocemos al muerto, la estadística ya deja de ser fría. Acabo de oír a ZP hablar sobre estos datos trágicos. Y habla de concienciación, otro palabro, de educación -incluir en la enseñanza una asignatura sobre circulación - y del famoso carné por puntos. Todo eso está muy bien. Junto con Portugal, el nuestro es el país con mayor siniestralidad de tráfico de Europa. Dicen los prebostes de la DGT que en los países más avanzados hay mejores datos porque son más duros castigando y más eficaces en el control. Muy bien.
Las causas desencadenantes son casi siempre imprudencia, alcohol, velocidad excesiva, no llevar el cinturón de seguridad, carreteras secundarias. La mitad de los muertos tiene menos de 35 años, y uno de cada cuatro menos de 25. El problema tiene un factor de edad y un factor sexual -son mayoría los muertos frente a las muertas-. El problema tiene una base: la educación.
Mucha gente conduce mal, quizá porque aprende mal. Los jóvenes son temerarios por naturaleza y mientras se es joven uno se cree inmortal. No soy el más indicado para aportar soluciones pero se me ocurren ideas, algunas impopulares e incorrectas políticamente, otras creo que muy razonables. ¿Por qué no retrasar la edad para la obtención del carné? ¿por qué no considerar asesino al causante de un accidente mortal cuando no existan atenuantes? ¿por qué no limitar la velocidad máxima de los vehículos? Qué gran paradoja esa de limitar la velocidad a 120 km/h y dejar que se vendan coches que alcancen los 280 km/h. ¿Tendrán algo que ver los impuestos en esta paradoja? No creo que exista velocidad excesiva; existe velocidad no adecuada a las circunstancias del tráfico, las condiciones meteorológicas y de la carretera, y no apropiada para las aptitudes del conductor. Me tengo por bueno al volante y no me gusta que me limiten nada en mi vida pero si yendo todos los conductores a una misma velocidad máxima evitamos muertes me limitaré con mucho gusto. Está claro que hacen falta medidas contundentes y puede que impopulares para reducir la sangría del tráfico. Aún con ellas creo que debemos asumir que cada día al conducir participamos en una lotería, la de la carretera.