Los evacuados de Azovstal: «Sacad de ahí a nuestros chicos, no tienen opciones de sobrevivir»
Las mujeres de los soldados ucranianos que todavía combaten en Mariúpol no desean que se conviertan en mártires. La monumental épica se rinde ante el dolor: «Irán otros más preparados, con otros medios»
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«Me he ido a Dnipro, 60 kilómetros al norte camino de Kiev y voy a irme fuera de Ucrania un tiempo, no sé si hasta final de año o hasta el final de la guerra, pero me quiero ir y luego volveré seguro ... . Tengo miedo. Los soldados rusos nos dijeron todo el tiempo que Mariúpol solo era el principio, y que lo mismo pasaría en Dnipro, en Kiev, en Zaporiyia…» Es lo que Alina , mánager de producción de un centro de negocios en esa ciudad mártir de Mariúpol , joven ella, resuelta y fuerte, explicaba por whatsapp a este diario sin que hubieran pasado 24 horas de su evacuación del corazón de la guerra junto algunos de los sepultados en Azovstal.
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Alina no pudo esconderse en el laberinto subterráneo de la acería, sino en los bajos de su propia casa, en un refugio en el que, de seguido, estuvo un mes sin salir, y cuando lo hizo puntualmente fue para ver «agujeros, solo agujeros». Pinta un paisaje de ‘Blade Runner’. Y gente en las calles arriesgando la vida en el exterior, a bombazo limpio, para mendigar durante horas ayuda humanitaria «en una cola, primero para que te dijeran dónde ir a conseguir comida, y al siguiente día a otra para que te dieran un número», un número que los rusos les escribían en la mano, y que les daba cita en una fila más, interminable, para conseguir algo dentro de semanas. Lo dice ella. Cuando este martes bajó del autobús del convoy del Comité Internacional de la Cruz Roja que trajo a los rescatados a Zaporiyia, todavía llevaba en el hueco del pulgar derecho restos del código de su turno escrito con bolígrafo. Sálvense los paralelismos históricos, pero aún hay supervivientes de Auschwitz con matrículas así: fechas, dígitos raros en el mismo sitio de la piel, aunque en su caso tatutados para siempre.
Gente en las calles arriesga la vida entre una lluvia de bombas para mendigar durante horas ayuda humanitaria
La mayoría de los 156 extraídos del infierno de Azovstal y de Mariúpol en esta operación in extremis de la que el mundo exterior ha estado pendiente, se ha ido ya lejos. Son dueños de hacer lo que quieran, aquí no se organizan más performances ni apaños, hay una red de apoyo suficiente para que cada cual decida . Ayer unos pocos quedaban alojados en un hotel bueno de la ciudad de Zaporiyia, El Khortitsa Palace, recomponiéndose y decidiendo qué hacer. No hay prisa. Su liberación, que es el término que utilizan los ucranianos en estos casos, la verdad es que ya es historia.
Con sus testimonios frescos, de antes de ayer y según dejaban atrás Mariúpol, se ha multiplicado la ansiedad y la angustia por lo que está pasando en ese enclave maldito que los de Vladímir Putin siguen castigando hasta la rendición . Para entendernos: todo lo que ha trascendido hasta este martes sobre lo que ocurre allí es caduco. Los penúltimos habían salido a mediados de abril y este convoy y estos refugiados han traído noticias, detalles, angustias que no se conocían del todo porque Mariúpol ha estado y está aislada y sin comunicación posible, como en la Edad de Piedra, hace casi tres semanas.
«La sangre de otros»
De ahí que familiares de los soldados ucranianos que todavía resisten en Mariúpol estén aprovechando esta cascada de malas noticias para poner en marcha una dura campaña de repliegue de sus tropas -«nuestros chicos», es el uso común- , con protestas en las calles. No nos engañemos . Es de una épica monumental defender Mariúpol, símbolo de la gloriosa resistencia ucraniana, «hasta la última gota de sangre», pero con la de otros. Los allegados de los militares, profesionales o reservistas, que aguantan en el frente están al límite y han invocado ayuda al Gobierno de Volodímyr Zelenski , a la ONU y a lo que se les ha puesto de por medio.
Los supervivientes pintan un paisaje tan apocalíptico como el de ‘Blade Runner’
«La única solución es sacar a los nuestros de allí, no tienen opción de seguir vivos», clamaba desde una manifestación este miércoles en Zaporiyia Yaroslava Ivantsava , esposa de un uniformado de carrera que defiende Azovstal. No se hacen preguntas sobre si la escapada o no de las tropas ucranianas del bastión implicará su entrega a los rusos. «Que los extraigan, irán otros preparados, con otros medios», zanja. Por separado, otra de las manifestantes, Nathalie, que tiene en Mariúpol a su hermano Artem, de 26 años, en pleno combate, reprocha sus inhumanas condiciones de vida.
Soñar con un vaso de agua
«Es horroroso, no tienen nada para comer, se lo dan a los civiles… sueñan con un vaso de agua para beber». «Hemos pedido que les saquen de allí, no hay condiciones para seguir, no tienen armas para enfrentar a los rusos, se lo hemos dicho al gobierno», avisa.
Por ahondar, este miércoles volvían a ser enormes las amenazas de los de Vladímir Putin, cuyo ministro de Defensa, Sergei Shoigu, se vanagloriaba de que toda la planta metalúrgia estaba «bloqueada de forma segura», sin posibilidad de escape para nadie, civil o soldado. Es cierto que el martes, en medio de la evacuación estrella de los de Azovstal en Zaporiyia, este movimiento de rescate de los familiares desplegó pancartas y reivindicaciones ante las cámaras de medio mundo, lo hicieron por sorpresa cuando más dolía, en la cara de la vice primera ministra de Integración de los Territorios Temporalmente Ocupados, Irina Vereshchuk. Pero ahí mismo les dijeron que están sacando y sacarán en la medida de lo posible de Mariúpol «solo a los civiles», no a las tropas. Y no hay mucho más que hablar.
Alina, huida gracias a una evacuación oficial de ultima hora de Mariúpol, -no de medidados de abril ni de marzo, sino de anteayer-, cuenta que ahí, en las calles donde ha crecido, donde probablemente esté combatiendo el hermano de Nathalie, Artem, o el marido de Yaroslava Ivantsava; sus vecinos se van un día tras otro a un punto, un punto en la ciudad sin detalles , donde saben que estas semanas ha habido una evacuación. Llevan la maleta, los niños limpios y peinados, los papeles. La vida. Y se vuelven a la noche, resignados o no a que no hay nada que hacer.
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