Bucha y las otras ciudades sonámbulas que Rusia dejó atrás
En la ruta de la invasión utilizada en el fallido asalto a Kiev la vida se ha quedado en suspenso. El 90% de la población en las zonas más castigadas no regresa. No se reconstruye, sigue sin haber luz. Un mes después de la retirada del enemigo, sólo se ha conseguido despejar carreteras y caminos
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En Borodyanka, donde esta guerra se ha cobrado doscientos muertos, hay todavía muchos desaparecidos y temen que familias enteras estén sepultadas en los búnkeres debajo de sus propias casas desplomadas a bombazos por los rusos. Lo cuenta Ruslan Lisovskiy , que trabaja ... como voluntario para intentar adecentar el Centro de Empleo Regional que los militares chechenos, salvajes como pocos, tomaron como cuartel general. Puede que haya cadáveres de vecinos en los refugios, insiste, pero no hay manos ni máquinas para desescombrar tanto, y a saber qué material queda ahí por detonar. Cualquiera se atreve.
Por aquí todos saben que se han hallado granadas activas dentro del tambor de la lavadora en apartamentos que fueron ocupados por las fuerzas enemigas en su avance demencial y fallido por esta ciudad camino de Kiev. A solo 25 kilómetros por esa misma ruta de la invasión está Bucha –con permiso de Mariúpol, la zona cero de este maldito asalto–, en cuyo Ayuntamiento, el jefe de Proyectos, Dimitri Gapcenko, certifica que el 90% de la población se ha marchado y no cree que regresen hasta que todo acabe.
«Hay 138 edificios completamente inservibles», dice, la mayoría residenciales, y todavía no han conseguido restablecer del todo agua y electricidad en el resto. Junto con Andrivka, estos tres enclaves constituyen ahora una especie de Triángulo de las Bermudas sonámbulo, mudo, en el que la reconstrucción no se acomete porque no hay con quién y casi ni para quién. Los pocos que se han quedado, ni saben del todo qué ha sido de los demás cuando se cumple ya un mes de la atropellada retirada de las tropas asesinas de Vladímir Putin.
La «barbaridad» por venir
Ahí en Andrivka –el vértice más pequeño, antes tenía unos mil habitantes– Anatoli Boiko, un vecino y fotógrafo 'freelance' vinculado durante décadas a Afp que documentó en 2014 la Revolución del Euromaidán, pidió al concertar la entrevista con ABC si se le podía llevar un poco de pan, y sin esperar siquiera a sentarse, empieza a comérselo a mordiscos. La vida está como en suspenso en esta esquina de Ucrania, no hay nada abierto donde abastecerse más allá de alguna que otra furgoneta que vende fruta o pollo. Este hombre oye la radio conectándola a una batería de coche Tudor que tiene en la cocina, se ha quedado sin cigarrillos, los rusos se llevaron su vodka y confía vagamente en que la luz vuelva «mañana o pasado», porque los operarios públicos, eso sí, están trabajando con grúas para restaurar el tendido. Van en camiones desconchados propios de la era soviética.

A estas gentes como Anatoli les han arrojado de una patada a la Edad de Piedra. Lo único que se ha avanzado en estas semanas tras la liberación de esta zona es en que carreteras y caminos están bien despejados de esqueletos de tanques, de cascotes, de los coches ametrallados que antes impedían circular, se reparan también socavones con apisonadoras viejísimas. Algo es algo.
Boiko descubrió «un campo atestado de cadáveres de soldados ucranianos convertidos en pasto de perros y cuervos»
Anatoli Boiko sabía, relata, que el Kremlin haría «esta barbaridad» desde lo de Crimea, «lo sabía, creía que lo iban a hacer incluso antes», y en su dureza de veterano de todas las batallas con los rusos, plastificado de tanta masacre, va y arranca a llorar como un niño al recordar que, en una de tantas en el Donbass, descubrió «un campo atestado de cadáveres de soldados ucranianos convertidos en pasto de perros y cuervos».
De luto y pésame
Paradójicamente, al fotógrafo, de 54 años, esta guerra le ha dejado sin trabajo. Todas las grandes agencias han mandado a este escenario a sus profesionales, y si sigue aquí es porque no dispone de ‘plan B’. Está pensando unirse a su Ejército y su madre, que vive ahí al lado, está muy enferma. La verdad es que la mayoría de los que han permanecido en esta antesala del asedio fracasado a Kiev son personas mayores. Deambulan solos, o se cuentan horrores y se dan el pésame unos a otros devastados, entre bloques cosidos a artillería y viviendas hechas cenizas.
Enfrente de un gran mercado de la cadena Novus 8-23h, cerrado como todos, Liana y Serguei, que tienen dos nietos, cuentan que se huyeron de este infierno el 11 de marzo, pero han regresado a Bucha a echar un vistazo a su piso y no saben si quedarse o no. En su escalera sólo hay unos vecinos en la planta quinta y ellos. Los rusos también les entraron en casa. «Se llevaron de todo, los ordenadores...», dice ella. Les da asco saber que se sentaron en sus sofás, respiraron su aire y esquilmaron su nevera, «racistas, lo único que tenemos que hacer es matarles», avisa el marido.
La incomunicación de Bucha también es un inconveniente. Los móviles funcionan de aquella manera. En una mesa sobre la acera, la empresa IAN se afana por restablecer internet. En su nombre, Maxim y Alexi manipulan en plena calle con pincitas quirúrgicas la fibra óptica directamente del cable que conecta con Irpín. Calculan que, como poco, les llevará seis meses tener todo el sistema en marcha. Los destrozos a su alrededor son de película apocalíptica, los de la parte sur de la calle Vokzalna, cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo y engrosado los expedientes de la Corte Penal Internacional, cuyos funcionarios ya han estado por aquí y hablan de «auténticas evidencias de crímenes de guerra».
En esta villa martirizada de Bucha, donde se vislumbró desde el aire la primera fosa común pegada a la iglesia de San Andrés, 74 cadáveres sacaron, dice Dmitro Gapcenko , el de la municipalidad, que han puesto «un servicio de ayuda psicológica, pero que a ciertas edades, los vecinos no recurren a esas terapias. Una reticencia cultural, de otros tiempos», se explica. Él mismo mastica su angustia, «en un autobús, los rusos se llevaron a 20 o 30 de aquí, entre ellos un amigo mío. Puede que hubiera más autobuses, pero ese al menos es seguro..., y no sabemos nada de él, nadie ha podido contactarle, la Policía tiene registrados más nombres», certifica. Como si se les hubiese tragado el Triángulo de las Bermudas.
«El mundo nos ayudará a reconstruir», aventura el fotógrafo, «Holanda, Canadá, Alemania... la esperanza es que Ucrania gane y el dinero, pues ya vendrá»
Va a tomar mucho tiempo retornar a algo que se parezca al pasado en estas ciudades-dormitorio en torno a Kiev, quien lo diría, rodeadas de algún campo de golf y academias de equitación perdidas entre los bosques, que desde este febrero a lo que van a evocar para siempre es a las columnas del Ejército ruso que los cruzaron y a la aviación de apoyo que vino después. ¿El futuro?. Quien más y quien menos se encoge de hombros... es lo que tiene haber salido vivo hace nada de un akelarre bélico. «El mundo nos ayudará a reconstruir», aventura el fotógrafo, «Holanda, Canadá, Alemania... la esperanza es que Ucrania gane y el dinero, pues ya vendrá.»
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