Ahmed Gaïd Salah, el poder en la sombra de Argelia
La repentina muerte del líder del Ejército puede complicar aún más el panorama político del país
Al general Ahmed Gaïd Salah no le tembló el pulso el pasado 2 abril cuando le tocó forzar la renuncia de Abdelaziz Buteflika , maniobra in extremis para intentar detener el «Hirak», la ola de protestas que a lo largo y ancho de Argelia se oponía a que el presidente, invisible desde 2012, optase a un quinto mandato . Salah supo captar la ira popular, pero no escucharla: entregar la cabeza de Buteflika no significaba, ni mucho menos, iniciar una transición que culminase en una democracia de calidad aceptable.
Por eso las manifestaciones no arreciaron, si bien cambiaron los eslóganes. Uno de los más repetidos era: «¡Gaïd Salah, lárgate!». Sin embargo, el general siguió maniobrando hasta que pudieran organizarse unos comicios que garantizasen, salvando, eso sí, las apariencias, la supervivencia del régimen y de su entramado de intereses políticos, militares y económicos. Logró su propósito hace apenas dos semanas cuando Abdelmajid Tebboune, un tecnócrata que le debía su carrera, fue elegido presidente con el 58% de los votos.
Salah se convirtió en el garante de la supervivencia del entramado el 3 de agosto de 2004, día en el que fue nombrado por Buteflika jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas en sustitución del general Mohamed Lamari, contrario a la (primera) reelección del presidente. Desde ese momento, Salah se convirtió en el fiel ejecutor de las directrices del presidente y de su clan-cuya figura más relevante era su hermano, el controvertido Said Buteflika- al tiempo que consolidaba el poder militar en el aparato estatal argelino. Y también el suyo particular: obtuvo de Buteflika, entre otras cosas, que le permitiese combinar la jefatura de las Fuerzas Armadas con el puesto de viceministro de Defensa -para consolidar su particular estatus- y, sobre todo, que cesase a su máximo rival, el general Mohamed Median, todopoderoso director de los servicios de inteligencia. Sin olvidar el nepotismo, pues su yerno Abdelghani Zaalane se desempeñó como ministro de Transportes antes de dirigir la abortada campaña electoral de esta última primavera.
Poco le importó a Salah, que ha aprovechado los ocho meses de interinidad entre la renuncia de Buteflika y la toma de posesión de Tebboune para ajustar algunas cuentas, alegando la «lucha contra contra la corrupción» . Así las cosas, dos exprimeros ministros, poderosos empresarios y el mismísimo Said Buteflika se encuentran ahora en el punto de mira de la justicia.
Ni ésto aumentó un ápice su escasa popularidad, algo imposible entre una población de la que los menores de 25 años representan el 45% y un general que era la encarnación más perfeccionada del viejo sistema: sirvió a todos los regímenes desde que alistó en el Ejército de Liberación en 1957. Sin embargo, que ayer fuese el Ejército -y no el Gobierno- el que anunciase el nombre de su sucesor (Said Chengriha) dice mucho de la inmensidad de un poder que ejerció hasta el final.
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