Borja Cardelús - Detellos de Hispanidad

El festivo Día de difuntos

Incluso algo tan grave como el recuerdo a los muertos es capaz de convertirse en una fiesta en el mundo hispánico

Por Borja Cardelús

Quienes poblaron América en los primeros tiempos eran oriundos de los pueblos del Bajo Guadalquivir , y trasladaron con ellos su sangre, su carácter y sus costumbres, entre ellas la afición a la fiesta. Y al mezclarse con unas poblaciones amerindias no menos festivas, el resultado fue la desmedida afición a la fiesta del mundo hispano en todas sus manifestaciones. Todo suceso del calendario, ya sea la recolección anual de la uva o el maíz, el marcaje del ganado o una actividad cualquiera que se aparte de lo cotidiano, pone en marcha una fiesta con todos sus ingredientes: la celebración en compañía de la extensa familia hispana , la comida y la bebida, y no pocas veces el toro y el fuego.

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Incluso algo tan grave como el recuerdo a los muertos es capaz de convertirse en una fiesta. España, siempre más recatada, la limita a la visita a los deudos en los cementerios, donde previamente las tumbas se habrán aseado y baldeado y adornado con crisantemos.

«En ese día mágico, pocas familias en México deja de montar en la casa un pequeño altar con la fotografía del muerto como elemento central, y primorosamente presentadas alrededor, las cosas que le gustaban en vida»

Pero en América el día de difuntos se impregna de las notas propias de una tierra exagerada y barroca en todo, desde su propia Naturaleza desbordante. Las gentes andinas momificaban a sus muertos y los alojaban en las oscuras cuevas de los cerros, y el día de difuntos los visitaban e introducían hojas de coca y granos de maíz en la calavera de sus bocas, porque los consideraban seres vivos, solo que reposando en una dimensión eterna. Ese día, un moscardón que entrara volando dentro de la choza era un familiar muerto que devolvía la visita.

Este surrealismo de base se mezcló con el elemento español, temeroso de la muerte, dando lugar a un sincretismo que combina lo nativo con lo católico, y la mixtura de ambos ingredientes ha desembocado en el Día de Muertos de México , fascinante espectáculo donde los fallecidos, al igual que en los Andes, entablan comunicación con los vivos, y se hace preciso cumplimentarlos y agasajarlos.

Altar tradicional de día de muertos en Milpa Alta, Ciudad de México.

En ese día mágico, pocas familias en México deja de montar en la casa un pequeño altar con la fotografía del muerto como elemento central, y primorosamente presentadas alrededor, las cosas que le gustaban en vida: la cajetilla de su tabaco, el plato de mole o los tacos que saboreaba, el tequila y el pulque, su billetera, el cuaderno de notas… todo ello presidido por la cruz, decorado con papeles picados de colores, calaveras de chocolate o azúcar, y aromatizado con resina de copal.

La obligada visita al cementerio se convierte en una celebración por todo lo alto, porque la familia al completo emplea el día entero, y vuelven a festejarle envolviendo su tumba con las cosas personales que le agradaban, y todos comen y beben, mientras pasan vendedores de tamales y mazorcas voceando la mercancía. Más aún, hay improvisadas orquestillas que se alquilan por unos pesos para cantar ante la tumba las canciones preferidas del pariente muerto.

En el apogeo del surrealismo, en pueblos del México profundo se desentierran algunos huesos del muerto y se le comunican las novedades del año, como los nacimientos, las muertes y los azares que trajo ese año la fortuna, tal es la creencia de que en ese día especialísimo es posible que los vivos y los muertos se comuniquen. Y en todo caso, estas celebraciones hispanas son harto más nuestras y profundas que el intruso y anglosajón Halloween, que nada tiene que ver con la cultura hispana.

Borja Cardelús es autor de 'América Hispánica'.

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