«Volver a las aulas en infantil en tiempos de pandemia puede atentar contra el desarrollo cerebro social»
Por Nora Rodríguez, Ceo & Founder de Happy Schools Institute y creadora del programa Lazos Kids
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Los seres humanos tenemos un cerebro y un sistema nervioso perfectamente diseñado para conectar positivamente con los demás y cuidarnos unos a otros como especie. Aproximadamente dos horas después de nacer, cuando la madre e hijo están juntos, el cerebro social se enciende, y es ahí donde comienza una maravillosa danza de aprendizaje mutuo que despierta en cada nuevo ser humano sus aptitudes evolutivas. Y que pondrá en práctica primero en la familia y luego en la escuela . Empatía, cuidado de los demás, ayuda mutua, altruismo, generosidad, amabilidad, comprender los sentimientos de otros, consolar, alegrarse juntos….
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Personalmente he visto muchas veces cómo los niños de quince meses (generalmente de un modo natural) se ayudan unos a otros, o cómo uno de ellos es capaz de partir en dos una única galleta para compartirla. Niños de entre uno y dos años que se acercan a aquellos de su edad que lloran desconsoladamente el primer día de clase y le abrazan o le acarician la cara en un acto de increíble de empatía. Las investigaciones de Michael Tomasello y Felix Warneken, del Instituto Max Planck de Leipzig, han demostrado que con tan sólo 18 meses, cuando aún no hay un conocimiento del idioma, los niños pequeños tienen un sentido social y «comportamiento altruista» , que no es producto del ambiente, y que los lleva a ayudar y compartir, como un ejercicio evolutivo de colaboración humana, lo que demuestra una idea de una intencionalidad común. Una actividad de la mente que exige ponerse en el lugar del otro, imaginarlo, y con el tiempo, entender lo que el otro piensa o imagina.
Más Sócrates
Mucho antes que Tomassello, Sócrates ya creía que el pensamiento es algo que no se puede hacer sin un «otro». Y no importa si es real o imaginario, muchos niños echan mano a sus amigos invisibles. Si el cerebro social queda fuera de las aulas por cuidar de los contagios, no sólo habrá verdaderos congresos de «amigos invisibles» dispuestos a ayudar a los niños, sino que este salto imaginativo tal vez demuestre que las decisiones cuando son sólo políticas parten a menudo del desconocimiento, especialmente cuando se trata de saber qué necesita un niño para ser feliz y el papel que juegan en el aprendizaje los neurotransmisores al sintonizar empáticamente con los demás.
La neurociencia social, si bien es una ciencia nueva que estudia cómo se activan los circuitos en el cerebro cuando dos personas interactúan. Está demostrando cada vez más en los últimos años cómo algunos circuitos cerebrales se activan sólo durante la interacción social, y cómo la compasión es una reacción natural para ayudar por defecto. Estas respuestas involuntarias, como los sentimientos de cuidado y ayuda, que derivan de juicios emocionales rápidos y automatizados, evidentemente anteriores a la razón, tienen un origen evolutivo, de modo que hoy ningún aprendizaje debe dejar de lado la importancia de dónde poner el foco si queremos que las nuevas generaciones sepan adaptarse a un mundo cada vez más incierto.
De hecho, hoy las investigaciones científicas en neuroeducación demuestran la relación que existe entre la ternura, la generosidad, y la compasión. Por ejemplo, los circuitos neurológicos que llevan a la empatía y a la compasión no son los mismos, pero sí hay una conexión interesante entre la ternura y la compasión , así que si los niños reciben manifestaciones de ternura por parte de sus compañeros y aprenden a expresarla, estarán abriendo la puerta para, en algún momento llevar naturalmente la práctica actitudes para aliviar el sufrimiento de otras personas de su edad.
La clave está en el cerebro social
Cuando tuve el gran aprendizaje de trabajar con niños en situación de vulnerabilidad extrema, algo que ya conté en el TEDx «Despierta el cerebro social de un niño y despertarás su talento», aprendí hasta qué punto ayudarse unos a otros es vital no sólo para el desarrollo sino para curar heridas traumáticas, tal vez como ocurrirá tras las medidas inevitables del confinamiento.
Pero también para cuando vuelvan a las aulas . Si para adaptar las aulas de infantil a la nueva normalidad pareciera que no importa educar al grupo para que sea solidario y empático, y en su lugar impedirles que ayuden a un compañero que se cae. O que ni puedan llevar en el bolsillo dos caramelos, uno para él y otro para su amigo, y nada de ayudarle a recoger los lápices para ir juntos en carrera a los columpio del patio. Nada de tomarse de la mano a la hora del cuento ni siquiera si se trata de cuadradito que quiere jugar con redonditos porque el cuento es inclusivo.
Tal vez el problema no es sólo buscar recursos didácticos porque todo debe ser lavable o de plástico, sino que si los docentes no desarrollan cómo conectar el cerebro social de los niños, se volverá años atrás, y esto tendrá consecuencias en varias generaciones. Consecuencias educativas, sociales y económicas. Porque el cerebro en estas etapas, no necesita que se fomente la individualidad, el alejamiento, el egoísmo ni la indiferencia. En estas etapas necesitan apego seguro, confianza en sí mismo, y empezar a poner en práctica lo que nos hace humanos, y que no es otra cosa que el bien de los demás.