Testimonios del coronavirus
«En la residencia me dijeron que era una pena no poder despedir a mi madre allí, que ya sería en el tanatorio»
Marian, como muchos de los familiares de los más de 23.500 muertos fallecidos en soledad por Covid-19, tendrá dificultades a la hora de realizar el duelo
La tarde del 12 de marzo fue la última vez que Marian Barriga Donaire pudo estar con su madre, Rosa Donaire, en la Residencia Asistida «El Cuartillo», de Cáceres. A partir de ese momento, y hasta su fallecimiento sin el cariño de los suyos, el 31 de ese mismo mes, la familia no recibió noticia alguna . La situación de fragilidad vivida , sin poder acompañar a su ser querido en el proceso final de la vida, es algo que no pueden, ni podrán olvidar. Marian, como muchos de los familiares de los más de 23.800 muertos fallecidos por Covid-19 (de los cuales más de 14.500 se han producido en residencias), tendrá serias dificultades a la hora de realizar el duelo.
Ese último adiós es lo que Marian echará de menos toda su vida y esto es lo que desde entidades como Fundación Edad & Vida y Mémora insisten en cambiar. «Hemos pedido que las familias puedan visitar a sus seres queridos en hospitales y residencias de mayores cuando estos se encuentren en sus últimos días para así poder "humanizar" los cuidados al final de la vida y no "dejarles morir solos"», remarca la María José Abraham, directora de .
Porque en la cabeza de esta mujer bullen una y otra vez las pocas veces que tras el 12 de marzo tuvieron contacto con el centro, todas ellas porque ella llamó insistentemente, recuerda. De hecho en todo este tiempo solo conseguió hablar con la residencia dos veces, una con la directora y otra con la asistente social. La primera vez que pudo contactar, rememora esta mujer, fue el lunes 16 de marzo. «Recuerdo hablar en aquel momento con la directora, interesándome por el protocolo a seguir con los usuarios del centro. Quería saber si los mayores iban a tener algún tipo de entretenimiento o distracción a lo largo del día, puesto que los familiares que vamos diariamente a estar con ellos, les tenemos distraídos durante bastantes horas».
Una semana después Marian consiguió contactar de nuevo -también telefónicamente- con la trabajadora social, que se limitó, asegura, a tranquilizarla: «Me comentó que todo bien, sin incidencia, y que si hubiera alguna anomalía, nos llamaría el médico». De hecho, el viernes 27 de marzo, a través de una amiga trabajadora, prosigue Marian, «mi hija tiene una video llamada con mi madre, su abuela, y constata que esta se encuentra bien y sin ningún síntoma apreciable».
El empeoramiento
Pero, inesperadamente, la mañana del lunes 30 de marzo, a las 11:00 de la mañana, esta mujer recibe una llamada de la doctora de la residencia. «En ella me comentan que mi madre, “estaba muy malita”. A esta fatal noticia, le respondí con, “¿Cómo de malita? ¿Cómo para avisar a mis hermanos?”, a lo que me respondió que sí». «No me lo podía creer. Le pregunté que “¿de qué?” Si era por COVID, ¿le habían hecho la prueba? Ella me contestó que “NO" por protocolo, que era una pena no poder acompañarla en la residencia, que ya sería en el tanatorio . También me comentó que le iban a administrar una medicación».
Horas más tarde, cuando intentó ponerse de nuevo en contacto con la residencia, para saber el estado de su madre, resultó imposible. «Seguí insistiendo en las llamadas y sobre las 17:00 conseguí hablar con el funcionario que está en la centralita. Le pedí que me pasara con el médico de la planta en la que se encuentraba mi madre, y me contestó que a esa hora es imposible». «Tenía orden de no pasar llamadas de familiares hasta las 19:00 horas. Le comenté quien era y solicité que en cuanto pudieran, me llamaran». Sobre las 18:00 horas de ese mismo día Marian recibía la llamada del médico. «Me comenta que mi madre está muy tranquilita tras haberle administrado sedación». Pero pocas horas después, a las 00:45 de la madrugada del día 31 de marzo, recibe la fatal llamada, donde le informan del fallecimiento.
El protocolo
Esta mujer recuerda cómo las horas siguientes a esa llamada sucedieron a contra reloj. «Todo fue tan rápido que muchas cosas se me escaparon. Tuve que tramitar documentación por correo electrónico y llamadas telefónicas, el funeral se fijó para las 12:00 del día 31 de marzo. Me comentan que al haber fallecido por COVID-19 no podemos acompañar en ningún momento a mi madre , yo le respondo que pueden ir tres personas. Me responden que no y llamo a la policía local para que me den información sobre el tema. La policía me comenta que sí, que según el último decreto por el estado de alarma, pueden ir hasta tres personas, manteniendo la distancia de seguridad y la protección. Y eso hacemos. A la hora indicada asistimos al funeral, que recuerdo como un momento muy triste y doloroso. Incluso más si cabe en unas circunstancias como estas».
Para que no suceda más, Mémora es otra de las empresas que ha trasladado a las autoridades la necesidad social de reformular los protocolos de despedida para los familiares. «Consideramos un derecho fundamental de pacientes y familias, y un deber de la sociedad y de las instituciones poner en valor la ncesidad de reactivar escenarios previos a la prohibición de la celebración de ceremonias para evitar la muerte en soledad y para garantizar el acompañamiento en el proceso de final de vida como un derecho de todos».
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