Fuera de sitio

Belén Esteban y la Campanario: volvemos a Puerto Hurraco

María José Campañanrio
Lola Sampedro

Lola Sampedro

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El odio, el odio profundo y sin medida, es el sentimiento más poderoso del ser humano. A veces, incluso más que el amor. Cuando uno odia es esclavo de esa amargura , todo en tu vida es gris y gira en torno a lo que detestas en lo más profundo de tu ser. Y ese odio va íntimamente ligado al miedo, cuando odias algo, es porque lo temes . Por eso, justo por eso, cuando leo la guerra a muerte entre Belén Esteban y María José Campanario me pregunto siempre qué es lo que tanto miedo les da.

Lo suyo es un odio enquistado, un queloide, debe doler como la peor de las diverticulitis. Es la historia de una jovencita de barrio que se enamoró de un torero al que le costaba pronunciar una sola palabra con propiedad. De eso ella hizo negocio, capitalizó su amargura, y solo por eso le presento mis respetos. Hay mucha más diversión en esa televisión basura que en todos los trabajos para los que ella estaba destinada. Eso también es avanzar en la vida. Un avance, quizá, en esos fiordos que al resto, tan jueces de bien, siempre se nos escapa.

Escribo esto después de leer y ver la carta que la Campanario ha dedicado a la madre de la primera hija de su marido, la única que no ha salido de su vientre. Todas las separaciones son jodidas, pero muchos nos esforzamos en no perdernos en todo ese proceso . La separación de la que hablamos, la de Belén Esteban y Jesulín de Ubrique, ocurrió hace tanto tiempo que hasta me abruma recordar lo jovencisíma que yo era cuando veía toda eso en el televisor de casa de mis padres. Muchos años después, seguimos en las mismas. Ahí hay pus.

Yo lo único que veo es a dos mujeres odiándose, se ladran. Dos mujeres peleando son siempre un espectáculo, solo les falta las camisetas mojadas. Entre todos esos insultos, entre todo ese odio perenne, entristece ver cómo son incapaces de entenderse. Yo respeto a mi ex por el solo motivo de que me amó durante años. Si me quiso tanto, no puede ser tan imbécil como para elegir a una energúmena. Si me escogió a mí durante tanto tiempo como pareja, merece mi confianza y que sostenga mi amor por él. La separación no pasa por ese odio. Se tiene al principio y luego te acuerdas de todo lo mucho que le quisiste , con eso me basta. La mujer que él elija tendrá mis respetos. En cierta forma es un espejo, aunque sea deformado, de lo que yo fui a su lado.

Veo a Belén Esteban y a la Campanerio y me entra la angustia y la tristeza. Mujeres, todo ese odio, todo ese asco inmenso que se ve en esa carta repugnante y altiva (y muy paleta y provinciana) es fruto de la ceguera. Ellas tienen mucho más en común que con él. Pero prefieren seguir en ese odio, en ese asco eterno que alimenta los estómagos de quienes las contemplamos. Todo ese dinero, creo de verdad, es demasiado caro. Qué lástima, qué desazón, qué angustia vital me provoca ver a esas dos mujeres masacrándose como en Puerto Hurraco.

No quiero verlas ni leerlas, pero es imposible escapar. ¿Qué hago, Súper? ¿Me mato?

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