Víctimas de trata cosen mascarillas contra el Covid: «Con 14 años me vendieron y me violaron hasta los 17»

Quince mujeres liberadas de la prostitución luchan contra el virus fabricando elementos de protección en el taller de Apramp

Sara y Yanet, víctimas de explotación sexual y laboral, con las mascarillas que cosen en Apramp Ignacio Gil

Carlota Barcala

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Sara tiene marcado en su calendario –y en su memoria– el 25 de febrero de 2014. Ese día cambió su vida para siempre. Con tan solo 14 años, el pastor de su comunidad convenció a su madre para que la enviara a Europa a estudiar su sueño: diseño. «Tengo una amiga que puede ayudar a tu hija», le dijo. La madre, religiosa, lo creyó. Lo que no sabían Sara ni su progenitora era que la estaba vendiendo a una mafia de trata , como esclava sexual, que la llevó primero a Libia, donde durante dos semanas la violaron y maltrataron , y luego a Europa. «A los dos días de que el pastor le hiciera la propuesta a mi madre, un hombre vino a recogerme. Por carretera, fuimos hasta Libia y la cosa se complicó», explica esta joven, de ahora 20 años, libre de sus captores pero presa de sus recuerdos.

Ese hombre la llevó hasta la casa de una mujer, donde había otras chicas obligadas a prostituirse . «Me dijeron que tenía que empezar a trabajar ya porque tenían que recuperar el dinero que habían pagado. Esa noche ella me dijo que me iba a enseñar lo que tenía que hacer, pero cuando un señor entró en mi habitación me negué. Me pegaron mucho y me violaron. Así hasta casi los 17, cuando la Policía me rescató en Pamplona », cuenta Sara, sin poder evitar que los ojos se le empañen de lágrimas al revivirlo.

Tras dos semanas de maltrato, a Sara la trasladaron a Italia. Allí estuvo seis meses hasta que consiguió un permiso para salir del país que la llevó a Valencia y, de ahí, a Pamplona. «Ahí empezó todo de verdad. Gritaba mucho y nadie me oía», remarca. En la casa de la mujer, en Pamplona, volvieron a obligarla a ejercer la prostitución y, cuando se negaba, la violaban. Así, durante dos años, hasta que unas trabajadoras sociales la encontraron en el sitio donde se escondía de sus captores y avisaron a la Policía. «No podía soportarlo más», resume, seis años después. Hace tres años la Policía la llevó a Apramp , en Madrid, alejándola de Navarra por el riesgo que corría.

Una de las mujeres de Apramp confeccionando mascarillas Ignacio Gil

Junto a otras catorce mujeres, cose mascarillas para luchar contra la pandemia del coronavirus. Todas, además, se han sacado el título de mediadoras para ayudar a otras víctimas a salir de esas pesadillas. Desde marzo han cosido más de 9.000 elementos de protección, que han donado a Ifema, residencias y hospitales . Ahora también los venden. «Puede que para otra gente coser mascarillas no sea importante, pero para mí sí lo es porque ayudo a otras personas», abrevia Sara con la cinta métrica en el cuello, como toda costurera experta que se precie, y bajo la supervisión de Judith, coordinadora del taller de Apramp. Yanet es otra de estas modistas. Llegó a España desde Venezuela hace seis años para trabajar en una casa, pero, en realidad, lo que tuvo que hacer era vigilar la droga que había en el domicilio. No fue prostituida, pero sí maltratada . «Escapé de allí cuando pude», afirma.

La presidenta de la asociación, Rocío Nieto , asegura que los cursos son «la única salida» que tienen para dejar la prostitución y la trata. También las forman en geriatría, camareras de piso o peluquería . «De las más de 2.000 mujeres que atendemos cada año, un 10% tiene alternativas de trabajo luego», informa Nieto.

Sara, con una vida nueva, no sabe si quiere volver a Nigeria : «Era feliz, tenía mi vida y mis amigas. Estaban mi madre y mis hermanos, a los que no he vuelto a ver. Sé que ella es mi madre, pero sigo teniendo rabia. Aquí ahora estoy bien, las cosas me están saliendo bien».

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