Madrid estrena el «toque de queda»: «Antes iríamos de fiesta a una casa, ahora no se puede»

La vida social queda prohibida de 00.00 a 6 horas en domicilios y lugares públicos

En vídeo, la primera noche de «toque de queda» en la capital VÍDEO: NEREA BALINOT

Cris de Quiroga

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Falta una hora para la medianoche en la plaza del Dos de Mayo. Una hora para el cierre de los bares, que durante dos semanas han despedido a los clientes a las 23 horas. Y una hora para la primera madrugada del «toque de queda» , que anula la vida social hasta las 6 de la mañana. La plaza, en el corazón de Malasaña, termómetro del ocio nocturno madrileño, no está abarrotada. Tampoco las terrazas. Madrid estrenó ayer el «toque de queda» decretado por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso ; el concepto impresiona, sus efectos, no tanto.

Son las 23.00. Un par de policías llaman la atención a un grupo de jóvenes que bailan al son de la música de un pequeño altavoz. Son seis amigos. Cuando se marchan los agentes, se convierten en una decena. Ana, Carlota, Mario, Marta y Milena tienen 17 años y las nuevas restricciones no han trastocado sus planes. «Aquí en Malasaña antes no había Policía, ahora venimos menos por eso. Se han cargado el ambiente». «Vienen a tocar los cojones a la gente de 17 porque somos los irresponsables, los inmaduros, los infantiles...» «Tú te vas a un bar y hay gente de 30 años sin distancia. Nosotros estamos en la calle porque no podemos estar en un bar». «Tenemos nuestro grupo con el que nos bajamos la mascarilla, en el que confiamos, nos vemos todos los días en clase». Los menores opinan atropelladamente, deseosos de aclarar que «los jóvenes» no deben estar en el ojo del huracán pese a engrosar los contagios de la segunda ola. «Mis padres me dicen: “Ten cuidado con quién vas”. Yo les digo: “Tenedlo vosotros”», asevera Carlota.

Salvo este grupo, la plaza apenas tiene visitantes. Son las 23.30 y la noche ya toca a su fin . Los camareros arrastran las últimas sillas, mesas y sombrillas de las terrazas. En el interior de los locales unos pocos clientes apuran sus bebidas. El reloj marca las doce y, por un momento, parece que aún queda fiesta. Un rumor de voces flota en el ambiente, el latido de una ciudad que no ha sucumbido al «toque de queda», decenas de personas que abandonan los bares de las calles aledañas. «Para mí no ha cambiado nada, una horita más en el bar y para casa», dice una joven que se detiene unos minutos para liar un cigarrillo. Prohibidas las reuniones en domicilios entre no convivientes, ya no hay última copa. «A casa, a casa», marcan el rumbo Dani y Coti, de 35 y 19 años, rezagados y «un poco perjudicados». «Antes nos iríamos a un piso de fiesta, pero ahora no se puede» , reconocen.

Minutos después de medianoche, varios jóvenes regresan a sus casas ISABEL PERMUY

Mientras la procesión de jóvenes continúa, varios agentes de Policía Municipal y Policía Nacional supervisan la zona. Un latero ofrece cervezas, pero no tiene suerte y desaparece rápidamente. Tres jóvenes son multados por beber en un banco. «La juventud es muy irresponsable», comenta un policía nacional. Su compañero, una suerte de «poli bueno», es más comprensible: «No se puede generalizar». «Pero si se están formando colas en las tiendas 24 horas y en las gasolineras para comprar alcohol», responde el primero.

Sin multas

Sus palabras se confirman en la gasolinera de la calle Ponzano , en el distrito de Chamberí, donde una veintena de jóvenes se abastecen después de varias rondas en la zona de moda. «Nos vamos a casa a tomar la última copa, somos cuatro. Y técnicamente entra en vigor el lunes, ¿no?», dice Javier. Lo que entra en vigor el lunes es el «confinamiento» de 32 zonas básicas de salud de la región. Sin embargo, hasta que el «toque de queda» no obtenga el visto bueno judicial, la Policía no puede interponer multas.

Es la una de la madrugada y en Ponzano quedan restos del bullicio, como en los últimos fines de semana. Varios grupos se dispersan, algunos más ruidosos que otros. «El problema no son los bares, sino la falta de educación de la gente que viene », lamenta José Nieto, dueño de cuatro locales en la concurrida vía. «Hoy he tenido que echar a diez chavales que estaban en la puerta y no se iban. Se ponen a cantar y a molestar», escenifica. «La Policía no aparece y la gente no cumple nada», añade.

Ya sea por la tregua policial o por el desconocimiento de las normas , el aspecto de la urbe no es el de una ciudad fantasma, ni siquiera bajo el «toque de queda». Marcos Sánchez, taxista, conduce por el paseo de la Castellana, como muchos otros vehículos. «A esta hora está todo el pescado vendido, ya no hay nada», comenta. Es la 1.30 y es su último viaje de la noche, hasta Gran Vía , donde un puñado de viandantes desfilan ajenos a la nueva orden.

Un par de prostitutas descansan en la calle Montera , mientras un borracho grita frases repetitivas e incongruentes. La bicicleta de un «rider» pasa veloz y un furgón de la Policía Nacional, lento. En la puerta del Sol hay algunos desperdigados, sobre todo, lateros. El reloj sobre el kilómetro cero de la capital da un par de campanadas. «La calle está triste», declara un joven. Triste, pero no desierta.

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