Libreros por un día

La Cuesta de Moyano, en el Día Internacional de las Librerías, permite a diversos autores ser prescriptores literarios de lo suyo y de lo ajeno.

Casetas de los libreros de la Cuesta de Moyano Efe
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Once de noviembre, Día Internacional de las Librerías y, en la madrileña Cuesta de Moyano , algunas había abiertas con esa mezcla de clásicos de Destino y de un disco de Isabel Pantoja, a ocho euros, cantando la folclórica que se «le enamora el alma» encima de Delibes. Y todo esto entre las obras completas de Camilo José Cela atadas con una guita. Por allí, se dejaba ver una ristra de jóvenes o veteranos escritores: Karina Sáinz Borgo, Pedro Simón, Jero, Rosa Belmonte o Fernando Aramburu entre otros. El escritor donostiarra, pese al sol de jueves como para una novela sobre la primavera, vestía una gabardina de entretiempo y su sempiterna boina. La cuestión del Día era que el escritor, a la sombra de Baroja, hiciera de librero . Y se sabe que no hay más prescriptor literario que un librero, que en su recomendación va su vida entera.

-Los vencejos

Quizá por eso, Aramburu pegaba la hebra con Julián de Antonio, y aunque no graznaban sus vencejos , la parla era de una tranquila placidez. Aramburu ejercía de librero «en uno de los sitios más agradables del mundo», dicho esto con una rotundidad que asombraba hasta a su propio interlocutor. Y todo fue en la Cuesta de Moyano, allá donde la ciudad se refugia del tráfico , cercano, y Madrid tiene su Mercado de las Pulgas y su Rastro entre 'runners' que se paran a ver un tratado de proteínas o a nuestra Rosa Belmonte, que tira de ironía para indicar su retrato en los carteles que anuncian eso: que el escritor vende libros, propios y ajenos, sin el ajetreo infartante de la Feria del Libro donde el lector y el tempo son otros.

Un poco más abajo, Karina Sáinz Borgo hacía patria venezolana con una familia que tan cerca se puede sentir de sus libros y sus circunstancias. Contaba Karina, en una frase que se le captó al vuelo, que «en París se vive muy duro» y puede que todo fuera un aviso a navegantes , retrospectivo, de lo que sufrió la Generación del Boom. Karina firmó sus obras a 'Ebita', «con B de Bolívar», en una ironía triste y caribeña. Antes, por su caseta, había pasado Inés Arrimadas y le había preguntado a Sáinz si después de tanta recomendación no le iba a vender un libro suyo. Que finalmente fueron dos, 'La hija de la Española' y 'El tercer país'.

-Camaradería, mercadería

En el Día de las Librerías los estantes estaban ahí, en la Cuesta cómoda de Moyano, con la mezcla de títulos y autores, que es marca de la casa. Hubo algo, o mucho, de confesión con el lector; quizá hasta una 'boutade' como la de que Aramburu se quiere ir «al Polo Norte». También las conversaciones eran amables , raras en el mundillo editorial, porque nadie acuchilló a nadie. Pedro Simón nos alertó la libertad de la ficción frente a las penalidades de la crónica y avisó que a nadie le pueden dar la Compostelana de la madrileñía «si no habían pasado, primero, por Moyano y El Rastro».

Más tarde aparecía la delegada de Cultura del Ayuntamiento, Andrea Levy, con un libro de Ray Loriga, 'Héroes', y otro intitulado 'Vértigos y norias', de Rulo, que también estaba anunciado en Moyano junto a Abraham Boba, María Folguera, María Menéndez-Ponte o Raquel Riba Rossy.

Y los libreros de la Cuesta de Moyano, en su día, con esa mezcla de dicha e incertidumbre tan consustancial a su oficio. Entre la mercadería y la camaradería.

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