La desescalada de los negocios chinos: una hoja de ruta propia y más lenta que la del Gobierno
Los comerciantes asiáticos cerraron sus tiendas antes del estallido de la crisis. Ahora, no tienen prisa en abrir
Frente al número 7 de la calle de Nicolás Sánchez, dos personas portan sendas pistolas, aunque de muy diferente tipo: la primera es un Policía Municipal, quien, obligado por el comportamiento incívico de un hombre, se apea del coche patrulla para proceder a su identificación. «¿Ha bajado a comprar una cerveza? Dos veces le he visto ya. Si vuelvo y sigue por aquí, le denuncio», corta el agente, incrédulo ante la respuesta vacilante de su interlocutor: «Me apetecía una cervecita y no tenía en casa». En la otra acera, justo a las puertas de un supermercado asiático, una mujer aprieta el «gatillo» de un termómetro láser cada vez que los clientes desean acceder al interior. Si la temperatura arroja un resultado por debajo de los 37.5 grados, el paso está permitido, en una escena más propia de un laboratorio que de esta humilde zona de Usera, conocida desde hace años como el «Chinatown» madrileño.
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La comunidad china asentada en la región vive días de incertidumbre, implicada en el devenir de la actividad económica y social, pero ajena al plan de desescalada anunciado por el Gobierno central. De la misma forma que el cierre repentino de gran parte de sus comercios pilló a todos por sorpresa, la incógnita se cierne ahora sobre el proceso de reapertura que estos establecimientos llevarán a cabo. En ese sentido, son varios los tenderos que han vuelto a subir la persiana de sus pequeños negocios de alimentación, convertidos en una suerte de oráculos tras la premonitoria clausura semanas antes de decretarse el estado de alarma.
A las tres causas señaladas para justificar la anticipada suspensión de la actividad –la cuarentena «solidaria» iniciada por la población china, el desabastecimiento y el temor de los ciudadanos a comprar en estas tiendas dada la psicosis desatada–, se añadía una cuarta que a la postre ha resultado determinante: el miedo de los comerciantes a contraer la enfermedad una vez esta se había asentado en Madrid, con independencia del mensaje de «tranquilidad» lanzado entonces por las autoridades sanitarias. Ahora, superado el pico más crítico de contagios y fallecidos, grandes y pequeños empresarios planean el desconfinamiento bajo una fuerte opacidad.
Pese a que la normativa permite a las tiendas de distribución alimentaria estar operativas, la gran mayoría de bazares chinos han permanecido inactivos por tiempo indefinido . Todavía son visibles los carteles en los que se puede leer cerrado por vacaciones, por reforma o, simplemente, por descanso. Tampoco los restaurantes escapan al cerrojazo, aún con la posibilidad de mantener el servicio a domicilio. Para entender la magnitud de las medidas de prevención adoptadas, basta echar un vistazo al pequeño letrero que cuelga de una popular casa de comidas en la capital: «Estimados clientes, estaremos cerrados a partir del 4 de febrero por formación de personal e investigación del menú. ¡Sentimos las molestias! Equipo Lao Bao Zi».
La vuelta a la «normalidad» tardará en llegar, más si cabe, al polígono de Cobo Calleja , el espacio industrial asiático más importante de Europa. Este complejo, ubicado en la localidad de Fuenlabrada, alberga medio millar de empresas y alrededor de 10.000 empleados. Al menos hasta la llegada del coronavirus, momento en que sus 167 hectáreas de extensión quedaron prácticamente desérticas.
«Los chinos de aquí fueron de los últimos en cerrar», revela un grupo de mujeres, desplazadas a diario hasta el enclave para trabajar en una de los pocas empresas españolas allí asentadas: «Desde entonces, no han vuelto». Lo cierto es que la base conserva un aura fantasmagórica, solo alterada por el exiguo paso de vehículos . «Antes, a las 6 de la tarde esto era un caos. Los atascos eran enormes porque había un montón de camiones en doble fila», añaden las asalariadas, con la fortuna estos días de poder aparcar en los accesos de las naves colindantes.
Las superficies de moda, telefonía, estética y otros productos de origen asiático están «mudas». A lo largo de sus cristaleras se advierten también numerosos avisos relacionados con el Covid-19 y la supresión de las transacciones. «Cerramos por problema de coronavirus desde el día 12 de marzo hasta el 26», se lee en uno de ellos. Los plazos, no obstante, se han alargado más de lo previsto. Un dependiente muestra su sorpresa al observar la presencia de dos extraños en su establecimiento. «No estoy abierto, tengo las luces apagadas», informa rápidamente, extendiendo la situación al resto de negocios: «He venido a recibir paquetes, pero no sé cuándo abriremos».
Sin una orden clara, será decisión de cada empresario fijar la fecha para retomar la actividad. «Veremos el 11 de mayo», cuenta un joven, trasladado hasta su lugar de trabajo –un almacén de tecnología– para reparar una cerradura. Otros, en cambio, prefieren guardar silencio y esperar a la evolución de acontecimientos. En declaraciones a Efe, el presidente de la Asociación de Comerciantes y Empresarios chinos en España, Shengli Chen Pen, recuerda que «todos los comercios chinos tienen que respetar las indicaciones del Gobierno» e incide en tener «cautela» ya que «en cualquier momento puede venir otro brote». Este periódico ha intentado contactar sin éxito con la Cámara de Comercio Hispano-China para obtener una valoración de la situación actual en Madrid.
A la dificultad de sobreponerse a las pérdidas económicas, tras más de dos meses de paralización, se suman los mensajes de crítica difundidos masivamente por un sector de la ciudadanía. «Ya están abriendo los chinos. Recordad quién os ha dado servicio y ha estado en los peores momentos. Defendamos nuestros comercios y el producto nacional», es el contenido de uno de los envíos. Esta oleada ha incrementado la tensión hasta el punto de que ayer un comercio del barrio de Zarzaquemada, en Leganés, amaneció con pintadas xenófobas entre las que se podía advertir un dibujo circular parecido al patógeno y el lema «Fuera chinos».
En medio de un enrarecido clima, los consumidores se muestran divididos a tenor de lo relatado. «Yo no voy a ir más a un chino, nos han dejado tirados. Prefiero comprar en los pequeños negocios que han estado durante la crisis», remarca Laura, muy cerca del metro de Simancas. «Me parece una tontería», replica un vecino de San Blas nada más salir de una tienda asiática: «Este ha estado abierto todo el tiempo. Y eso que desde su país seguro que les informaron sobre el virus antes que a nosotros». En línea similar, otra cliente tilda de «racistas» este tipo de convocatorias y deja un aviso a navegantes: «Si algunos no han querido abrir están en su derecho. La salud siempre es lo primero».