Covid-19
Manos voluntarias para combatir la soledad: «Llevamos agua a ancianos que no tienen en su edificio»
María Jesús cocina todos los días para Julia, de 95 años; Elisa y Alicia recogen agua para Antonio y María, que carecen de suministro, e Imad hace la compra a Tania, enferma de Covid-19
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En una de las zonas más humildes de Puente de Vallecas, rodeados de casas bajas –algunas abandonadas y tapiadas– y edificios de no más de tres plantas, viven Antonio y María . La lluvia arrecia contra el alféizar de sus ventanas, pero Antonio no se distrae con las gotas: está concentrado mirando el dibujo de un arcoíris que una pequeña vecina ha pegado en una claraboya del inmueble de enfrente con la frase « todo irá bien ». Así pasa muchas de las horas desde que el confinamiento es de obligado cumplimiento. Tan solo hay una cosa que consigue sacarlo de su simulado letargo: la llegada de Elena y Alicia , dos voluntarias de Somos Tribu Vallecas que les ayudan no solo a combatir la soledad mientras están con ellos, sino en las tareas diarias para que los dos ancianos, de 85 años, no salgan de casa mientras que el coronavirus siga cebándose con Madrid.
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Cuando las ve en su portal, Antonio abre la ventana para darles los buenos días. «Ahora subimos, Antonio. Ya sabe que usted no puede salir», le grita, desde la calle, Elena, que guarda las llaves de su casa en una bolsa que desinfecta a diario, para no exponer al matrimonio a ningún tipo de peligro. Alicia y ella tienen una misión: llenar cada día al menos seis garrafas de agua en un parque cercano, porque el problema de Antonio y María no es la pandemia, sino que el Canal de Isabel II cortó el suministro del edificio en el que habitan hace tiempo, cuando llegaron los okupas y se negaron a pagar las facturas. No podrían cocinar, pero tampoco asearse si no fuese gracias a las voluntarias.
Antes del Covid-19, todas las mañanas, Antonio salía de su casa con un carro de la compra en el que portaba las garrafas . Lo llenaba en la fuente del parque y subía, sobre sus hombros, los al menos 30 kilogramos de peso por los 41 escalones que separan la calle de su vivienda. «Les he cogido tirria ya hace tiempo. Me cuesta mucho subirlos, y me da dolor de espalda y de riñones . Vacíos se llevan mejor», dice recuperando su humor. Si dependiese de él, bajaría a la calle, pero no lo hace por su mujer, que padece problemas de corazón.
María se pasa el día leyendo y cocinando. «Y él... A dormir», explica ella, bajo la atenta mirada de su marido, que coloca el carro lleno de suministros en la cocina. «Lleva muy mal no salir a la calle, le gusta mucho porque toda su vida ha sido camionero», justifica. Hacen un perfecto dúo para pasar la cuarentena entre risas y amor, el de toda la vida. «Baila mucho y canta, sobre todo “Asturias patria querida” porque su familia es de allí», indica María sobre el día a día de Antonio. «Y también friego», recrimina él, que no quiere saber nada del virus. « Yo no me tengo que morir todavía », dice con la vitalidad de alguien a quien todavía le quedan muchas batallas que afrontar.
Alicia y Elena atienden a toda la conversación desde las escaleras, guardando siempre la distancia. «Que tengan esta vida indigna, por culpa de los okupas del bloque , te rompe el corazón. No lo merecen», argumenta Alicia, tras una semana ayudándoles.
En la calle paralela, en una casa baja, vive Julia. Su edad, 95 años, no era un impedimento para que hiciese vida normal. «Yo me lo guisaba, yo me lo comía», cuenta la nonagenaria, en perfecto estado de salud, que tan solo toma pastillas para la artritis y temblores. María Jesús, vecina del barrio y voluntaria también en Somos Tribu , le echa una mano desde hace cuatro años, pero ahora más. Le hace todos los días la comida, que se la lleva hasta su domicilio, la compra y va a la farmacia. «Si Dios lo manda, tendremos que aguantar, aunque se está pasando de apretar », expone, refiriéndose al Covid-19, la anciana, que trabajó desde los diez años limpiando casas y cocinando para otros. Después de tanto tiempo, cambiar una rutina es complicado, por eso Julia se sigue levantando a las seis de la mañana y no se acuesta hasta las doce de la noche, aunque a veces le gusta echarse una «cabezadita» en el sofá. Echa de menos la calle y, sobre todo, el mercado, pero compensa las horas leyendo revistas del corazón, periódicos y viendo la tele: «Le hablo a los políticos pero no me responden –ríe–». «Y películas de Paul Newman », puntualiza: «Que nació el mismo día que yo».
María Jesús le regaña como si fuese su hija. «Julia, acuérdate, de congelar la comida, que comes muy poco y se te estropea », le advierte. Ayer, tuvo sobre la mesa su plato preferido: paella. Solo tiene buenas palabras para la voluntaria: «Le estoy muy agradecida».
En el barrio de Numancia vive Tania, de 38 años. Lleva tres semanas encerrada en su casa, desde que sintió los típicos síntomas del virus , aunque nadie le confirmó que lo tenía. «La línea de teléfono está saturada, y no hacen test», explica ella, a través del telefonillo. Tania comenzó con fiebre, dolor de cabeza y dolores musculares fuertes; después llegó el dolor de estómago y el de garganta, con hinchazón interna.
Falta de recursos
Imad, que trabajaba en un gimnasio cerrado por la pandemia, es el encargado de hacerle la compra e ir a la farmacia siempre que lo necesita. Con tanto tiempo libre, no dudó en hacerse voluntario . Ya ha enviado también su currículum a Ifema para «echar una mano» en el hospital instalado para atender afectados . «Podría compaginar las dos cosas», asegura. Cada día, los pedidos que reciben de los vecinos que no pueden salir aumentan, a pesar de que el grupo lo forman ya doscientos voluntarios, las manos solidarias de toda la ciudad, héroes también invisibles de esta necesaria reclusión . «Entre nosotros nos organizamos para pagar también la compra, si los solicitantes no tienen recursos. Es lo menos que podemos hacer en esta época», reflexiona el chico, que demanda también guantes y mascarillas , porque se están quedando sin existencias y las necesitan para seguir colaborando.
Se dice que las crisis sacan lo mejor de las personas y el coronavirus lo ha confirmado. Imad, marroquí, tiene una cosa clara: «Da igual que seas español o extranjero. Esto demuestra que todos somos iguales, que todos ayudamos a quien lo necesite».