MI AGENDA EN MADRID PARA ESTE FIN DE SEMANA

Churros, cañas y chinos

O cómo compaginar la tradición, el paladar, la historia y el juego en una mañana de sábado o domingo por la capital

Churros y porras, el mejor desayuno de fin de semana
José Miguélez

José Miguélez

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Churros o porras. Un buen día de fin de semana en Madrid, mejor domingo que sábado, comienza con churros o porras. Ojalá buñuelos, los de viento, un manjar en extinción al que se le ha perdido definitivamente la pista. Un crujiente de intención redonda en la forma (una suerte de donuts picassiano) y más hueco que compacto en el interior que saboreé por última vez hace años, del otro siglo, en una churrería, creo recordar que en la calle Concepción Jerónima. Pero ni el local existe ya (Madrid se ha empobrecido con lugares que ahora empiezan por 'ahí estaba' y terminan con el nombre de alguna sucursal de banco o franquicia multinacional que se han comido el paisaje), ni quedan artistas que se dediquen a ese producto típicamente madrileño. Ya entonces el maestro que manejaba los palos para mover la masa en el aceite hirviendo contaba que, para desgracia de los finos paladares, no le compensaba hacerlos y anunciaba su segura defunción. Pero bueno, aunque muchas de sus fábricas ya han desaparecido, aún quedan los churros y las porras. Y por ahí partimos, un sábado o domingo cualquiera.

En la calle Divino Pastor, casi donde empieza con Fuencarral, en el corazón del barrio de Malasaña, está la Churrería La Mejor, una cadena cuya denominación pretenciosa no va tan desencaminada. Están crujientes y deliciosos tanto los churros (no llegan a la excelencia de los de Astorga, pero casi) como las porras, muy buenos y nada pesados. Para llevar o tomar en el local, que es amplio, cómodo, limpio y, ventajas estas sí de la modernidad y sus extractores, no huele a fritanga. Chocolate, café o leche sola. Gasolina para afrontar cualquier ruta. Sabor a Madrid, como las canciones de Sabina .

'Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal, ¿dónde está tu oficina para irte a buscar?' Ahí estamos, donde acaba el verso de su 'Caballos de Cartón', en la estación de metro Tribunal. Es pronto, pero la zona ya se va llenando de la variopinta fauna característica. 'Looks' para todos los gustos, algunos realmente estrafalarios, que animan y colorean el paseo. Turistas y madrileños naturales, condición que aquí adquiere y ejerce cualquier vecino a los cinco minutos de asentarse. Mezcla de tiendas antiguas y modernas, raras también, especializadas algunas en productos que costaba imaginar que se comercializaran, y reconocibles balcones en las fachadas. Hay decenas de bares también, claro, muy tentadores, pero vamos a esperar un poco que acabamos de desayunar.  

El monumento a Daoiz y Velarde, en la Plaza del Dos de mayo

Está cerca la plaza del Dos de mayo, que se deja pasear pese a los restos evidentes de botellones. La rodean terrazas concurridas, apetecibles para sentarse un rato, y la preside el monumento a Daoiz y Velarde, los héroes de la Guerra de la Independencia , que pese a que han pasado más de 200 años de su levantamiento ahí aparecen haciéndose una selfie. O eso dice mi hijo pequeño, que ve un teléfono donde teóricamente hay (queda) una empuñadura. Más jugosa es la opción de retroceder al punto de partida, en Tribunal, y entretenerse un rato por el Museo de Historia de Madrid, entrada gratuita, que cuenta la evolución de la ciudad en su sala permanente de cuadros (muy chulo e innovador el viviente del incendio del Alcázar de Madrid), objetos, mapas y maquetas, o a través exposiciones temporales. Ahora hay una dedicada a Arturo Soria y su teoría urbanista de la ciudad lineal, y otra que recorre la historia reciente de la capital a través de fotografías . Y no es propaganda por su procedencia (el fondo de archivo de ABC), pero es realmente llamativa y curiosa. Estupenda .

Y ahora, ya sí, a tapear. Porque Madrid, España en general, es básicamente eso: la cultura de bar. Un estilo de vida simple, pero realmente excepcional, que uno aprende a valorar cuando no lo tiene, y lo echa ciertamente de menos, ya sea porque una pandemia te rompe en dos las rutinas o porque te toca residir en el extranjero (y ahí no hay nada que se le parezca). Ha cambiado para mal, y hay que tener cuidado con eso, que en casi todas las tabernas pides una caña y, si no te das cuenta a tiempo, te colocan un doble. Hoy a la caña de toda la vida la llaman algunos corto o chupito, y en ciertos locales subidos de autoestima no te dan ni la opción. Pero el concepto, y también el aroma, es el mismo.

La oferta es amplia, tires por donde tires. Por ejemplo, en el Sidi, calle Colón, semiesquina con la del Barco, una taberna castiza, barra de mármol y colección de botellitas en las paredes, con buenas raciones: la tajada de bacalao (al estilo del mítico Revuelta, junto a la Plaza Mayor, pero sin tener que guardar cola), el clásico bocata de calamares (tampoco son los de La Campana, pero igualmente no hay que esperar media hora para llevártelos a la boca), callos, torreznos o el mondongo de morcilla de León.

Quizás se está perdiendo la costumbre, pero entretiene y hasta dignifica (así no hay que discutir con el socorrido 'esta la pago yo' al que también se está renunciando por culpa del democrático Bizum para acabar dividiendo todo a escote) jugarte la consumición a los chinos (apretar la mano con tres monedas, dos, uno o blanca, y acertar el total que suman entre todos los participantes), pongamos que a dos perdidas. En mi oferta de plan no puede faltar este juego, cuantas quieran que sean las rondas o las paradas.

Está por ahí, en Fuencarral 57, el mercado de San Ildefonso (abren a las 13.00), tres pisos rodeados por puestos de diferentes tipos de comida que comparten las mesas centrales, un gancho para los visitantes, aunque incómodo, porque suele estar lleno y cada cual tiene que ser su propio camarero. Se puede probar, pero yo propongo mejor llegar a la Glorieta de Bilbao, bajar por Sagasta, detenerse en Castizo (otra cadena, eso sí), comprobar su afán por recuperar la gastronomía local (el cocido en tres vuelcos, si es domingo), y alcanzar Alonso Martínez para tomarse una cerveza en Santa Bárbara, que sobrevive al paso de los años sin dejar de adaptarse ruidosamente a los nuevos tiempos (no se asuste ni abandone su plato de gambas cocidas si suena de repente una alarma; es el aviso de que ha saltado un encargo de Glovo para llevar género a domicilio). Y se puede tomar luego la penúltima (semántica obligada) o quedarse a comer en la Tasca Suprema (migas, callos o albóndigas), en la calle Argensola.

Lo recomendable es reposar la jornada (si es que no hay fútbol para ver en el estadio o a través de la LaLigaTV Bar), con una partida de mus, aunque cada vez cuesta más encontrar garitos que te lo permitan y, más aún, que dispongan de tapete, barajas y amarracos propios. Pero que el juego del envite forma parte de un plan completo para salir por Madrid en un fin de semana cualquiera de eso no hay duda.

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