Cartas al alcalde
La cuesta
Porque estos libreros se nos van a ahogar, finalmente, si no les echamos un cable
La Cuesta de Moyano viene a ser la calle Preciados, pero al revés. Porque en Preciados exponen lencerías de barroquismo y jamón de vitola, y ahí el turismo vivaquea, y en la Cuesta de Moyano venden una edición de Balzac, en papel pergamino, por cincuenta pavos, y los poemarios punteros de la Generación del 27 a un euro, en los escaparates de oferta. Lo que vengo a decir es que la Cuesta de Moyano cumple los doscientos metros de calle más literarios de la ciudad, aunque es cuesta intemporal de horizontes, porque un libro es una súbita eternidad, y ahí hay libros no de moda. Y libreros de tradición familiar. Son treinta, por concretar.
De modo que la Cuesta de Moyano es una rareza, ya, y un prestigio, y ahora están los libreros de regreso, con los ejemplares de época casi envasados al vacío, por el riesgo del coronavirus. Siempre pensé, alcalde, que la Cuesta de Moyano no se promociona en condiciones de justicia, y eso que se extiende ahí en una órbita de escaparate cultural, entre Museos, a orillas del Paseo del Prado, y con una estatua de Don Pío Baroja echando un ojo a todo el tinglado desde la zona alta, con esa cara severa de caballo irónico que siempre ha tenido Don Pío, también en monumento. Yo agregaría, incluso, que la cuesta no está ni debidamente señalizada , como feria permanente del libro que es. No se promocionó nunca, según merece, y ahora no sólo necesita promoción, sino auxilio, porque estos libreros se nos van a ahogar, finalmente, si no les echamos un cable, si no les retiramos algún cable fiscal del cuello. Una caseta de libro antiguo, o de lance, es siempre una barcaza salvada al naufragio, y hoy como naufragio entendemos el libro digital, la venta on line, y las tasas comerciales diversas.
Eso, y el cerrojazo impuesto por esta crisis en curso. Estos libreros insólitos, por vocación, no viven del público a granel, sino del lector escogido, con lo que lo suyo no es negocio sino sacerdocio. Viven vendiendo escueta maravilla a una parroquia enterada que deja unos euros para ir tirando, más el coleccionista fijo que se deja caer a ratos. Estamos, en cualquier caso, ante unas gentes de milagro que han sobrevivido a demasiadas malas temporadas. Hagámosles caso. No sería igual sin ellos este recodo peatonal, bellísimo y desusado. Ni la ciudad entera.
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