ANÁLISIS
Una legislatura para el acuerdo (o el rodillo)
La holgada absoluta del PP no obliga a Feijóo a moverse más de la cuenta sino a la oposición a procurar consensos
Han pasado los días suficientes para poder otear cómo se plantea esta compleja legislatura en Galicia, con Feijóo ya investido y después de que su gobierno haya dado los primeros pasos, con los que intuir qué derroteros tomará la Xunta estos cuatro años. Pero también con una oposición que ha fijado sus primeros mensajes de trinchera para hacer frente al —en teoría— último mandato del político de Os Peares, en un contexto en el que las elecciones de 2024 quedan a años luz de distancia , y que previamente exigirán salir lo mejor posible de una crisis económica derivada de la pandemia sanitaria de cuyas dimensiones reales no sabremos hasta dentro de unos meses. Es, la que se abrió estos días, una legislatura fértil para el acuerdo entre gobierno e izquierda , pero el PP ha dejado entrever que, de no ser así, dispone de mayoría y de una hoja de ruta aparentemente clara para llegar hasta el final del camino.
Lo apuntó esta semana durante la apertura solemne de la legislatura el presidente del Parlamento, Miguel Santalices. La ciudadanía, en tiempos de tribulación, exige de sus representantes capacidad para el acuerdo y aparcar la confrontación gratuita. Es decir, todo lo que no sucede en Madrid. Con una diferencia fundamental: el Gobierno de Pedro Sánchez carece de la mayoría parlamentaria para ejecutar su programa y necesita pactar con otros —aunque su soberbia recibe varapalos como el rechazo al decreto de los remanentes de los concellos—, mientras que Feijóo exhibe 42 diputados para, desde el minuto cero, poner en marcha sus recetas contra la crisis .
Es en ese contexto de no necesitar a la oposición donde debe surgir la vocación de esta de abrirse a pactos, aparcando las tentaciones exhibidas en el debate de investidura: si el PP quiere pactar, debe hacerse una autoenmienda a sus políticas, las mismas que acaban de recibir el 48% de respaldo de las urnas. ¿Hasta dónde está dispuesta la oposición a retratarse junto a la Xunta en determinadas iniciativas —principalmente de gestión de servicios públicos y de aplicación de medidas para la reconstrucción económica y social del territorio— aunque eso le conlleve a abandonar sus posiciones maximalistas?
Dos estrategias
En este punto, a la vista de lo expresado en el debate de investidura, parece haber dos estrategias claras ya marcadas. Por un lado, un BNG que parece estar esperando que pasen cuatro años para volver a lanzar a Ana Pontón como candidata, y a la que ya envuelve en celofán de presidenta, limitando su exposición pública. Solo parece bajar a la arena para confrontar con Feijóo, mientras su grupo hace una oposición dura, férrea, de marcaje al hombre, yendo al tobillo las veces que haga falta para luego apelar a que siempre se estará «para acuerdos por el interés general de Galicia». El Bloque se sabe alternativa y se exhibe como el modelo opuesto al PP, y no le temblará el pulso para no acordar nada.
Distinta parece la predisposición del PSdeG de Gonzalo Caballero , crítico, sí, pero explícitamente abierto al acuerdo y a no contribuir a la tensión entre su formación y la de los conservadores gallegos. El dirigente socialista parece estar importando a Galicia el manual de Iván Redondo: ofrecerle a Feijóo el tipo de oposición que Sánchez le exige a Pablo Casado. De nuevo, los matices: el presidente del Gobierno exige una rendición incondicional a sus políticas por las que el líder del PP no pasa, sobre todo cuando muchas de ellas emanan del ala podemita del Ejecutivo.
¿Qué está dispuesto a pactar Gonzalo Caballero? ¿Va a condicionarle que el BNG prefiera subir el precio de cualquier acuerdo? ¿O, por el contrario, el socialista es consciente de que una foto de unidad revaloriza su maltrecha valoración entre la ciudadanía? Hay otra variable no menor. ¿Será Caballero el timonel de la nave socialista toda la legislatura? El congreso gallego de la próxima primavera será el que lo determine, aunque en este momento no parece que cuente con excesivos apoyos internos. ¿Su hoja de ruta estará influenciada por la necesidad de convencer a la militancia de su valía? ¿O se impondrá su visión política para pactar en un contexto económico tan complejo como el que se avecina en Galicia y España?
El examen de la comisión
La primera prueba de fuego será la comisión de reconstrucción anunciada por Feijóo, reclamada igualmente por toda la oposición. Si se quiere que sus enseñanzas se trasladen al presupuesto, deberá estar operativa y a pleno rendimiento en este último trimestre del año, principalmente para que sus recomendaciones se puedan incorporar al Orzamento de 2021. Sobre qué sean capaces de pactar en esa comisión y qué traducción real tenga dependerá mucho el tono del resto de la legislatura.
Tampoco es cuestión de hacerse trapas: las principales peticiones de la izquierda estarán vinculadas con un mayor gasto público, y la Xunta recordará que necesita más recursos por parte del Estado, cicatero en su trato a Galicia, así como una mejora del sistema de financiación autonómico. No son solo los Presupuestos, también están en juego decenas de millones del fondo de reconstrucción y el reparto de lo que venga de Europa. ¿Será capaz Caballero, por una vez, de levantar la voz contra el Gobierno? ¿O esa línea roja seguirá siendo incapaz de pisarla?
Antes de final de año, los tres partidos —pero principalmente el PP— tendrá otro examen, la renovación de la dirección general de la CRTVG , con un Alfonso Sánchez Izquierdo que previsiblemente cederá paso, tras una notable gestión económica del ente. El PSOE de Pachi Vázquez pactó con Feijóo su designación en 2009 para luego renegar de ella. ¿Pasará de nuevo? La cintura de gobierno y oposición para pactar este relevo y dejar a los medios públicos fuera del pim-pam-pum cotidiano aliviaría la tensión política.
Porque, incluso con una mayoría reforzada del 48% y 42 históricos escaños, el gobierno de Feijóo también tiene una parte de responsabilidad para que los consensos se fragüen. Nopuede pretender imponer su programa como las lentejas. Será necesario que la opinión pública perciba que hay voluntad de acuerdo en el PP, al menos para acoger matices que pulan algunas aristas de sus políticas. Sabe que la oposición tendrá siempre la tentación de acusarle de pasar el rodillo, y tampoco es una imagen que sintonice con la moderación que se predica .
Sobre todo cuando en estos primeros compases de mandato, Feijóo ha demostrado que no le va a temblar la mano para cambiar lo que no venía funcionando en su gobierno . El relevo de Carmen Pomar en Educación y la destitución de toda su cúpula es una confirmación de que la Consellería generaba problemas y no aportaba soluciones. La oposición y sus brazos sindicales, lejos de aplaudirlo, mantienen huelgas inexplicables que boicotean la conciliación de los padres. No será, probablemente, el único cambio en los segundos niveles de esta cuarta Xunta de Feijóo, —sin ir más lejos, habrá un nuevo delegado en Vigo, una figura relevante como contrapeso para Abel Caballero y su discurso victimista— en la que Alfonso Rueda consolida su estatus de número dos —frente a los cantos de sirena que hablan de su pérdida de influencia— y, además, refuerza su visibilidad con las competencias en turismo y Xacobeo. Esto solo acaba de empezar.